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Pakistán

Las imágenes de las elecciones de Pakistán en el diario El País son elocuentes: decenas de votantes arremolinados esperando su turno en las casillas electorales con sus vestimentas al vuelo, desfajados y en sandalias: militares de mirada torva vigilando las escuelas convertidas en casillas electorales; una calle polvosa con los restos de vehículos y motocicletas después de un atentado terrorista; mujeres orgullosas que muestran sus pulgares marcados por haber votado por vez primera; un seguidor de la Liga Musulmana de Pakistán que llega a votar montado en un caballo; una mujer que llega a la casilla envuelta en el anonimato, con el rostro completamente cubierto.

Las elecciones en Pakistán resultaron tan caóticas y violentas como se pronosticaba. Los signos de la descomposición eran evidentes desde años y meses atrás: la detención del primer ministro y su hija acusados de participar en los paraísos fiscales -los famosos Papeles de Panamá– y de comprar varias propiedades en Londres; el oleaje de violencia y los atentados suicidas perpetrados por el Estado Islámico contra mítines políticos y electorales que arrojaron centenares de muertos; las amenazas a todos los candidatos a través de teléfonos y redes sociales; el temor de que en algunos poblados se pudiese atacar a las mujeres que acudiesen a votar; la sospecha de que el ejército sería un factor decisivo en la contienda electoral y, por si fuera poco, las presiones internacionales ante la decisión de nombrar a la persona capaz de activar uno de los arsenales atómicos que existen en el mundo. No hay que olvidar que Pakistán es el único país musulmán que cuenta con ojivas nucleares, y que su ejército es el octavo más poderoso del planeta.

Las campañas electorales tuvieron facetas extravagantes, como la del niño de 12 años que anunciaba la candidatura de su padre en los mercados, o la del candidato que se acostaba en la basura para promocionar el voto; finalmente, el ganador fue un exjugador de cricket –Imran Khan-, que hizo de la lucha contra la corrupción su principal bandera, y que ha sido criticado por defender causas anacrónicas como la ley de la blasfemia, que condena a la muerte a cualquier ciudadano que contradiga o haga mofa el nombre de Alá en público o en privado. Pero es también un filántropo que realizó una campaña para establecer el primer hospital contra el cáncer en la ciudad de Lahore en 1994, y posteriormente otro en la ciudad de Peshawar en 2015. Así, aunque no tiene definido su programa de gobierno aún, y a pesar de que ciertos rumores lo identifican como el candidato de los militares, Khan puede demostrar su independencia con una política de combate a la corrupción, igualdad para las mujeres, justicia hacia los sectores más pobres de la población y defensa de los derechos humanos. Puede hacerlo. En 1992, Khan fue un héroe. Como capitán del equipo de cricket de su país, derrotó al equipo inglés, el imperio que subyugó a Pakistán durante más de un siglo.

(Fotografía de El País)

 

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