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¿A quién le importan las elecciones en Nicaragua?

A nadie, realmente. Desde antes de la votación, desde mucho antes de que el proceso se convirtiera en una caricatura, ya se sabía quién sería el ganador. Nuevamente Daniel Ortega, líder histórico del sandinismo, guerrillero de leyenda, presidente vitalicio, católico converso, cabeza de una familia que habita en todos los rincones del Estado y reproduce el dinero, jefe de la bancada que controla el congreso, dueño de todos los micrófonos y los podios, antiguo enemigo del Obispo Obando -quien terminó casándolo en una boda llena de boato-, esposo de Rosario Murillo, Madre de la Patria.

Para muestra del repudio que produce, basta citar a dos escritores nicaragüenses, antiguos sandinistas. Uno es Ernesto Cardenal, que a los 91 años espera la muerte hundido en los sillones de su propio museo. Dice: “Hubo una época en que Ortega era muy diferente, pero se corrompió y decidió enriquecerse a costa de un pueblo pobre. Ahora a él y su esposa se les rinde un culto a la personalidad, como en Corea del Norte”.

El otro es Sergio Ramírez, una de las mejores plumas de Nicaragua, quien fuera vicepresidente del primer gobierno sandinista. El escritor sostiene:  “Ortega y su esposa se encaminan hacia un modelo de partido único. Es un viaje al pasado que les está valiendo el repudio universal. Pero les da igual. No son carismáticos, simplemente tienen poder, más del que nadie ha logrado en este país. Y lo quieren conservar a toda costa”.

Pues sí, el ganador fue nuevamente Daniel Ortega. Para el bochorno del país entero.

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