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Después del día de la mujer

Mientras en todo el mundo el día de ayer se llevaron a cabo protestas por la discriminación hacia las mujeres, una de las notas del día la dio el Príncipe Mohammed bin Salman de Arabia Saudita, un hombre conocido por su tibio espíritu reformista, quien declaró que las mujeres de su país tenían que ocupar un mayor número de puestos laborales para poder desarrollar al país más allá de su riqueza petrolera.

En el universo cerrado de los países árabes, como se sabe, la vida de las mujeres constituye el espacio más hermético de las familias. En Arabia Saudita, una nación desarrollada a marchas forzadas por el impulso de sus pozos petroleros, la familia real está haciendo esfuerzos por diversificar la economía y copiar a las naciones europeas para obtener mayor competitividad. En este sentido apunta la declaración del Príncipe. Arabia Saudita no limita el derecho de las mujeres a la educación, y por ello los últimos censos indican que ahora hay más mujeres graduadas en universidades que los hombres. Pero eso no se refleja en el campo laboral, donde las mujeres solo representan el 22% de la fuerza de trabajo. Un detalle que limita el cabal desarrollo económico de cualquier sociedad.

Pero Arabia Saudita no es cualquier sociedad. Es, geográficamente hablando, la capital radiante del Islam. En su territorio se encuentran los lugares sagrados de La Meca y Medina, que atraen a millones de creyentes cada año. Es además un reino, sin el menor asomo de gobierno democrático. Al contrario, sus leyes albergan prácticas vetustas, inhumanas y repudiadas por los países occidentales. La pena de muerte se aplica en una gama muy variada de delitos, que van desde el homicidio, el robo y el tráfico de drogas hasta el adulterio. Las decapitaciones son públicas, y en 2015 se practicaron 135 a lo largo del año, en promedio una cada tercer día.

En Arabia Saudita las mujeres tienen varias prohibiciones. Aunque no forzosamente tienen ocultar todo su rostro, sí deben ocultar el resto de su cuerpo. No pueden acudir a las albercas públicas. No pueden desnudarse para probarse sus ropajes en las tiendas. No pueden hablar con los hombres que no sean de sus familias. Para evitar eso los edificios públicos y los bancos tienen entradas especiales para ellas. Tampoco pueden manejar vehículos.

Por eso el gesto del príncipe no deja de eso: simplemente un gesto.

El país entero es una representación donde las mujeres forman parte de la escenografía.

(Fotografía: Getty images)

 

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