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Disciplina y corazón

Dicen las crónicas que la actuación de México en los Paralímpicos de Río de Janeiro fue muy pobre. Que los atletas solo trajeron 15 preseas (cuatro de oro, dos de plata y nueve de bronce), y que México quedó en un lejano lugar 29 del medallero. Y para argumentar el desencanto, dicen que México ganó 21 medallas en los Paralímpicos de Londres, y 20 en los de Beijing.

Nadie compara las medallas de los atletas paralímpicos con las que trajeron los atletas «normales». Habría que ver quienes son los discapacitados.

Algunos, además, se ceban con la figura de Gustavo Sánchez, un joven sin piernas y con un solo brazo que ganó cuatro medallas en Londres (dos de oro, dos de plata y otra de bronce). Si hubiera repetido la hazaña, la delegación mexicana hubiera regresado con 19 galardones, muy cerca del número ganado en la última competencia.

La crítica no puede ser más injusta.

Gustavo nació con una malformación congénita, y de niño apenas podía mantenerse de pie. Pero empezó a nadar a los tres años, y su padre se convirtió en su entrenador. Desde temprano, bajo la tutela del padre, nadaba en la alberca olímpica de Ciudad Universitaria. De esa manera, con un tesón fuera de serie, se convirtió en un orgullo de México en Londres. A su regreso, encaró la fama con sencillez.

¿Es Gustavo Sánchez un nadador comparable a Michael Phelps? No, desde luego que no. Hay que recordar que Michael Phelps tiene piernas y brazos.

Y entre ellos existe también otra diferencia: mientras en México Gustavo Sánchez es criticado por no regresar con ninguna medalla al nadar con un solo brazo, en Estados Unidos Michael Phelps es un héroe de extremidades completas.

 

 

 

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