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El peor año

The New York Times acaba de publicar un artículo sobre la violencia en México. Como siempre, el país aparece a los ojos del mundo como una nación devastada por el narcotráfico, la guerra entre las bandas, los secuestros, la inseguridad campante en las calles. Pero también hay un análisis que vale la pena considerar.

El diario acierta al decir que el punto de inflexión del recrudecimiento de la violencia fue el cambio de siglo, cuando por primera vez un partido diferente al PRI alcanzó la presidencia de la República. En ese entonces, el Ejecutivo proclamó la democracia en todos los ámbitos locales, lo cual fue entendido como la libertad de actuar en las entidades federativas sin la tutela de la federación, y el asunto derivó en un vacío de poder que fue llenado, primero, por los antiguos caciquismos locales, y segundo, por el narcotráfico, que había sido golpeado en Colombia y buscaba una nueva cabeza de playa para sus ventas en Estados Unidos. Así surgieron nuevos cárteles de la droga, como La Familia Michoacana y el Cartel de Jalisco Nueva Generación. Además, la estrategia de combatir a los grandes capitanermes de las mafias, lejos de terminar con el problema, pulverizó al crimen organizado en una miríada de grupos que hoy parecen incontrolables.

A partir de ese momento, la policías locales sufrieron un proceso de infiltración y compra por parte del narcotráfico, y las instituciones encargadas de la justicia perdieron su razón de ser. El poder del dinero y las armas del crimen organizado empezaron a sustituir al Estado en varias regiones. Las bandas de narcotraficantes prometían protección a los ciudadanos, hacían obras sociales -hasta eclesiásticas-, cobraban impuestos -el llamado derecho de piso- y mantenían el control por la violencia. En términos políticos, el movimiento parecía un regreso al poder de las tribus.

Este año de 2017, lamentablemente, será el más violento de la historia reciente. Lo cual indica que el tejido social se ha deteriorado a tal punto, que ya nadie se siente seguro en México.

La reparación del tejido social pasa por varias estaciones. Por supuesto es una lucha contra la corrupción de los encargados del gobierno, la demanda de una mayor transparencia en todos los órdenes y la exigencia de rendición de cuentas, pero es preciso iniciar un proceso de recomposición de las fuerzas del orden, en especial de la policía. Y en ese sentido, el tema de los salarios despunta como un tema fundamental. La policía no puede hacer frente al crimen organizado si la elección inmediata e inevitable es plata o plomo.

 

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