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El terror del virus

En muchas partes del mundo se piensa que el Coronavius ha creado su propio sistema de terror. Ha espantado a la población del mundo entero con su propagación, ha recluido a millones de personas en sus casas, ha vaciado calles y avenidas, ha cerrado todo tipo de establecimientos, ha separado al individuo de sus semejantes, y no se sabe cuando llegará a su fin. Dicen los científicos que no soporta el calor, y que se reducirá notablemente cuando llegue el verano. Pero la incertidumbre que ha desatado dista mucho de tener una fecha de caducidad.

El virus es un enemigo silencioso, que se puede incubar en cualquier persona: la esposa, el sobrino, un amigo, el vecino. Es un caldo de cultivo muy apto para la sospecha y la paranoia. Las personas que se animan a salir a la calle lo hacen con el rostro cubierto, como los antiguos bandidos. El saludo de mano ha quedado prohibido. Ni se diga de los besos y abrazos. Las miradas se esconden. Cualquier estornudo delata al posible infectado. La solidaridad se esconde tras las máscaras. Nadie quiere tocar a nadie como acto de solidaridad.

El terrorismo del Coronavirus está en todos los rincones del mundo. Particularmente en Estados Unidos, donde ha llegado a alcanzar a más de 500 mil personas. Todas las comparaciones son odiosas, pero en el peor acto terrorista que ha vivido Estados Unidos -el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001-, murieron aproximadamente 3 mil ciudadanos. Ahora no existe un Osama Bin Laden a quién echarle la culpa. No hay un solo país al cual invadir para escarmentar a los terroristas. Aquí no está es Islam con sus grupos extremistas. Ninguna ideología contra el capitalismo occidental.

Muchos países -sobre todo los nórdicos- tienen experiencia en convocar a la unidad frente al enemigo externo. Y eso es lo que están haciendo algunos, como Noruega. Pero en otras naciones, como en Estados Unidos, con una sociedad fragmentada en razas, etnias, emigrantes, partidos y grupos de diferentes ideologías, es probable que las posturas se radicalicen y la sociedad entre en una nueva etapa de turbulencia.

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