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Fábrica de tapabocas

Al igual que sus homólogos en el sudeste asiático -Taiwán, Corea del Sur y Singapur-, Hong Kong se ha caracterizado por tener un control férreo para mantener aislado al coronavirus. En las avenidas y calles de Hong Kong, alrededor de la bahía y en los suburbios alejados, lo más común es observar a la gente utilizando cubrebocas para disminuir al máximo los contagios. Sin embargo, pocos saben dónde está la fábrica o los telares donde se producen esos dispositivos, ahora tan moda en todo el mundo.

Para asombro de muchos analistas en el mundo occidental, esa fábrica es una prisión. Se llama la cárcel de Lo Wu, que se ha convertido en una fábrica de producción forzosa, que labora las 24 horas del día y paga a sus trabajadores -reos de todo tipo- salarios que están muy por debajo del salario mínimo que reciben los trabajadores que están afuera.

Esa práctica no es ajena en las cárceles de Hong Kong, en las que 4,000 presos se dedican a elaborar placas, uniformes y aditamentos para la policía. Pero en la prisión de Lo Wu se estableció forzosamente a partir del pasado mes de febrero, y mensualmente produce 2.5 millones de cubrebocas cada mes, y paga a los reos un promedio de 4 dólares al día o. 0.62 centavos de la misma moneda por hora trabajada.

Yanni, una mujer que cayó en prisión después de los disturbios de pasados meses y fue liberada recientemente, declaró a la prensa que ese sistema es una forma de esclavitud. Por eso, y con el temor de regresar a prisión como represalia, prefirió no dar su nombre completo.

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