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Furia en Chile

La mecha que encendió el fuego fue el incremento de la tarifa del Metro. Sin medir las consecuencias de lo que podría pasar, el gobierno de Sebastián Piñeira subió el boleto a $1.17 dólares. El fuego se extendió rápidamente por todo Chile. Los estudiantes salieron a las calles, se brincaron los sistemas de pago del transporte, asaltaron supermercados y tiendas de abarrotes y destruyeron varias oficinas públicas. Las ciudades que cayeron presas del saqueo fueron Santiago, Valparaíso, Concepción y Rancagua. Sin ningún asomo de sensibilidad en sus palabras iniciales, el presidente Sebastián Piñeira declaró el fin de semana que «Estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable que no respeta a nada ni a nadie y que está dispuesto a usar la violencia sin ningún límite, incluso cuando significa la pérdida de vidas humanas, con el único propósito de producir el mayor daño posible». Después de unas cuantas horas de saqueo, el gobierno se vio forzado a suspender el aumento a las tarifas.

El telón de fondo de la violencia es, como en todos los países atrasados, la desigualdad social, la miseria, la falta de oportunidades y las promesas incumplidas de los gobiernos. En Chile el 1% de la población más rica se queda con más del 26% de la riqueza del país, mientras que los sectores más pobres reciben el 2.1% del Producto Interno Bruto de la nación. El salario mínimo es de $423 dólares al mes -muy superior al de México-, pero los estudiantes gritaron que eso no alcanzaba para sufragar los incrementos al transporte. El transporte público en Chile es de los más caros para la clase media.

El ejército anunció el toque de queda.

Como en los viejos tiempos.

Van 17 muertos.

 

 

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