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La contemplación

Cada vez es más difícil dedicarse a pensar mientras se brinda un espacio exclusivo a la contemplación. Caminar o bañarse son de las pocas actividades que permiten la reflexión sin estímulos tecnológicos al acecho.

Hace ya varios años, un sondeo sobre el acompañante tecnológico más importante para la población en el que pudieran integrarse un mayor número de funciones y aplicaciones, indicaba que el teléfono celular resultaba ser el rey. Mucho más que la televisión -que durante varios años fue la reina-, y frente a la cual se sentaban las familias para “compartir” momentos del día y, según decían, unificarse.

En un celular se puede “navegar” por internet y clavarse leyendo alguna cosa de interés. Se puede escuchar prácticamente todo lo que uno quiera de música, se pueden recibir correos y contestarlos, se pueden enviar mensajes urgentes o postergables –aunque de estos últimos casi no hay en la era de la inmediatez-, se pueden tomar fotografías, ver videos y hacer llamadas. Se pueden resolver dudas triviales o no tanto, agendar citas, establecer alarmas para no olvidar el tiempo límite del parquímetro, se pueden hacer cuentas e incluso se puede uno desplazar con el GPS para no perderse.

Lo que no se puede es estar tranquilo observando mientras van fluyendo ideas, recuerdos o incluso sentimientos. En un artículo de Teddy Wayne publicado recientemente en The New York Times en español, el autor pondera las virtudes y defectos de la capacidad ilimitada de estímulos que brinda un artefacto pequeño y liviano como es el smartphone. De las 16 horas del día en que se está despierto, se enciende o revisa el celular 85 veces, es decir, una vez cada 11 minutos, ello en detrimento de la posibilidad de contemplar y reflexionar serenamente sin que la velocidad nos vaya acicateando.

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