Los judíos y palestinos han estado en una lucha ancestral por definir su territorio desde principios del siglo XX, y esa situación se profundizó cuando las Naciones Unidas decidieron darle a Israel su propio territorio sobre el territorio ocupado por los palestinos. A partir de ese momento, ambos pueblos se enfrentaron en un período que ha comprendido enfrentamientos armados entre los ejércitos, guerra de guerrillas, levantamientos sangrientos y un clima de enemistad y muerte que no ha cesado en las últimas décadas.

La explosión de la violencia en Jerusalén en días pasados no es más que la última cuenta de este larguísimo rosario interminable de combates. Cada vez que estalla la violencia, los grupos más radicales de ambos bandos luchan por lograr el control de cada barrio, cada cuadra, cada calle y cada mezquita o templo.

Es el reino del fanatismo. Nadie quiere ceder, porque su propia religión se lo impide.

La solución final del conflicto, que se ha planteado muchas veces pero que nunca se ha llevado a cabo de manera real y tangible, es la creación de dos Estados -uno judío y otro palestino- en el mismo territorio.

Esa solución se ve cada vez más lejana.

Pero es la única solución posible.