You are here
Home > Cultura > La otra aventura del cine mexicano

La otra aventura del cine mexicano

stacks_image_489

Alguna ocasión el cine mexicano ambicionó ser una industria taquillera y lograr la identificación con su público, creando estrellas, géneros y obras perdurables. Lo asombroso es que lo logró. En el centro de ese fenómeno estuvo Gregorio Walerstein con su casa productora Filmex, como lo relata Eugenia Meyer en un libro muy disfrutable.

Meyer, conocida por ser una autora con numerosos libros y una académica distinguida, ha emprendido una odisea personal: es la hija de Walerstein; memoriosa y crítica, entreteje sus vivencias y recuerdos con los de la industria y sus personajes internos y externos.
El libro es a la vez una biografía y una radiografía. Pero se puede leer de diferentes maneras. Es la reconstrucción de una era vista a través de una óptica particular y personal; pero es también una panorámica de los cambios que sufrió el país a lo largo del siglo XX: “La vida de Gregorio Walerstein Weinstock está determinada por el acontecer mexicano y la muy intensa historia nacional al arranque del siglo XX. Nació en la ciudad de México el 22 de febrero de 1913, precisamente el día del asesinato del presidente Francisco i. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez”.

El volumen está salpicado de anécdotas interesantes: Fidel Castro y su grupo de revolucionarios en el exilio que aparecieron como extras en alguna que otra película; Rómulo Gallegos reintegrándole a Walerstein el precio de un mal guión. También se nos proporcionan datos que explican ciertas anomalías que detectamos tanto tiempo después, como el hecho de la mala sonorización de los filmes debido al intento de incorporar tecnología mexicana para no depender de la foránea.
Es una historia informada, apasionada y parcial, como debía de ser. Es una aportación que merece amplio conocimiento ya que obliga a reconsiderar la manera en la que se construyó el séptimo arte en el suelo patrio, como la forma en la que se vencieron limitaciones y resistencias, la principal de ellas, asumir que únicamente era válida la forma de filmar a la Hollywood.

En Gregorio Walerstein. Hombre de cine seguimos las huellas de un hijo de inmigrantes que se volvió mexicanísimo; testimoniamos como Walerstein se volvió un magnate del cine a la usanza de los hombres despiadados, audaces y visionarios que fundaron y le dieron sustancia a la Meca de los Sueños en California: los Cohn, los Warner, los Goldwyn; desde la óptica de Meyer nos asomamos al idealismo de un hombre sujeto a convenciones, a realidades y a ilusiones.

El libro es un desfile de luminarias a las que seguimos considerando irremplazables: Tin Tan, Pedro Infante, María Félix. Vamos más allá de su imagen pública y nos adentramos en los aspectos privados, humanos. Muy bien ilustrada esta contrahistoria, que podríamos etiquetar como una “visión del vencido” a partir del momento en que durante el sexenio echeverrista se satanizara a los productores privados, como si fueron nocivos para la sociedad mexicana, lo que se continuó durante los años de Margarita López Portillo al frente de RTC impulsada por “su lazo consanguíneo con el presidente”, cuando “El cine oficial realizaba superproducciones con resultados desastrosos tanto en pantalla como en taquilla”, abre la puerta para una reflexión más abarcadora sobre lo que significó y significa la cultura audiovisual en México.

Un párrafo resume muy bien la trayectoria de este personaje: “Gregorio Walerstein no sólo había afianzado su posición como productor cinematográfico y se había comprometido con el desarrollo de esta fábrica de sueños; también ocupó un lugar determinante en el ámbito público, pues se involucró en los procesos fundamentales para consolidar la industria cinematográfica, participó en la legislación de la misma e intervino en la creación de estructuras económicas y de distribución. Aún no cumplía 50 años, pero el mote de Zar del Cine mexicano lo traía bien puesto. Sin duda, su opinión, posiciones y actuar resultaron fundamentales para el sector.”

Lo escrito por Eugenia Meyer se puede utilizar como contrapunto, soporte, complemento de la amplia bibliografía que existe sobre el cine mexicano. Me atrevo a sugerir que, sin embargo, tendrá un lugar de privilegio en los estantes tanto de los especialistas, como de los aficionados, ya que abarca numerosas aristas que van de la reflexión profunda a la voluntad de defender una postura familiar; el libro cubre la creación de estrellas –soporte de una industria-; las relaciones con el poder político, con los sindicatos, con socios capitalistas.

A lo largo de las 278 películas que Meyer enumera en la filmografía de su padre y biografiado podremos encontrar claves de esa mexicanidad que analizaron Samuel Ramos u Octavio Paz. El  México del siglo XXI bien puede enfrentar ese espejo fílmico que le llevó a darse una idea de sí mismo y de su lugar en el mundo. Nada mal para nuestro Irving Thalberg, el tercer hijo de una familia judía, que se rebeló contra el favoritismo de su padre por el primogénito, un orgulloso contador público y uno de los personajes más señalados en una industria y un arte que tanto influyó a México y los países de habla hispana.

Deja una respuesta

Top