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La otra migración

La migración hacia Europa se ha convertido en una desgracia universal. No se trata de una emigración que va en busca de trabajo, como la de nuestros compatriotas que viajan a Estados Unidos, sino de una emigración de fugitivos. Son cientos de miles de personas que huyen de la guerra en sus respectivos países, pero sobre todo de Siria. Hace unos días circuló en las redes sociales la fotografía de un niño de tres años que llegó ahogado a las playas de Turquía, porque su barco se volteó en las aguas del Mediterráneo antes de llegar a Grecia. La imagen conmocionó sobre todo a los países europeos, que no pueden afrontar una migración que ya es la más numerosa desde la Segunda Guerra Mundial.
El tema se ha convertido en una polémica sobre la migración y los derechos humanos. Mientras Francia y Alemania tratan de abrir espacios para que los países puedan recibir a los fugitivos, el Reino Unido se cierra al establecimiento de cuotas de recepción de los migrantes, mientras Italia y Grecia sufren por la llegada de un caudal que cada día crece y que no pueden recibir con los brazos abiertos.
En la isla griega de Lesbos, por ejemplo, la migración africana se ha convertido en una pesadilla para la población de la isla. Situada al frente de la costa de Turquía, sus playas se han convertido en el primer paso para llegar del mundo árabe a Europa. Lesbos tiene un una población de 85 mil habitantes, que se dedican a la agricultura y el turismo. Pero este año ha tenido que albergar a 10 mil fugitivos de Siria, algunos en condiciones deplorables.
En la isla las autoridades no pueden resolver la situación. Los habitantes, como muchas veces sucede, no quieren a los intrusos. Y los emigrantes, sin ningún tipo de recursos, han tenido que vivir de los despojos de la ciudad, muchas veces buscando cosas en los basureros.
En esas condiciones de drama humano, hasta los turistas que acuden a la isla en busca de un lugar tranquilo y pintoresco se han convertido en el único auxilio para los migrantes. Ya hay historias de parejas de Noruega, Dinamarca y Alemania que han convertido sus vacaciones en semanas de voluntariado para ayudar a los migrantes, sobre todo a los ancianos y a los niños. Eso prueba que, más allá de las políticas de los gobiernos, aún queda algo de humanismo en los países europeos.

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