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La ruta silenciosa del virus

¿Y si los encargados de detener la pandemia fuesen precisamente los culpables de difundirla? Eso, que parece un cuento de terror para una serie de Netflix, fue precisamente lo que sucedió con el personal directivo de la empresa Biogen, que se especializa en el descubrimiento, desarrollo y suministro de terapias para el tratamiento de pacientes con enfermedades neurológicas en todo el mundo. Se trata de una trasnacional muy grande, que cuenta con más de 7 mil empleados a nivel mundial y tiene acciones con un valor de más de 8 millones de dólares cada una.

Los directivos de la empresa Blogen son parte de la crema empresarial de Cambridge, Massachusetts, y están acostumbrados a vivir muy bien, en condominios de lujo, con automóviles último modelo y todo tipo de comodidades. Acuden a una gran cantidad de fiestas y reuniones, y se dan la gran vida.

Pero una de esas reuniones, que tuvo lugar en la sala de conferencias del Long Wharf Hotel de Boston, Massachusetts, se convirtió en el ojo del huracán que difundió en olas expansivas la peste del Coronavirus hacia otras regiones de Estados Unidos y del mundo. El 26 de febrero, en ese lugar, la empresa dio una cena con manteles largos como acostumbraba cada año. Fueron invitados 175 directivos de alto nivel. Y ahí, entre abrazos, besos y apretones de manos, se inició un fuerte latigazo de la epidemia. Sin saberlo, muchos ejecutivos y trabajadores de Biogen propagaron el coronavirus desde Massachusetts hacia Indiana, Tennessee y Carolina del Norte, primero, y después a Alemania y Suiza. Uno de los empleados, inclusive, se encargó sin saberlo de llevarlo nuevamente a China.

Los que salieron contagiados de la reunión de Boston contagiaron a sus familiares y, a través de otras reuniones, a sus amigos y conocidos.

El resultado al conocerse la difusión del virus, evidentemente, fue no sólo el temor a las reuniones, sino el temor a los demás.

 

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