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Seguimos siendo comunistas

China, el gigante que ahora le disputa a Estados Unidos la supremacía del mundo capitalista, sigue siendo un país comunista. O tal vez se trate de una fina amalgama entre los sistemas enemigos. Económicamente, China se ha convertido en una potencia exportadora de centenas de productos, desde computadoras y teléfonos hasta fertilizantes, plaguicidas, textiles y calzado. Su Producto Interno Bruto -más de 11 trillones de dólares en 2016- lo coloca solo abajo de Estados Unidos en la lista de los países más poderosos del mundo, en términos económicos.

Sin embargo, como se sabe, en China la democracia no es la pareja del libre mercado. Si bien en las principales avenidas de Shangai el derroche de energía y el ruido de los bares y discotecas rivaliza con sus congéneres de Nueva York, Londres y Singapur, el gobierno chino no admite la libre competencia de partidos y opciones políticas, el culto a la personalidad se mantiene incólume desde los vetustos tiempos de las dinastías, y el Partido Comunista sigue siendo el faro que ilumina la conciencia de los ciudadanos.

En este sentido, China sigue siendo un país comunista. De acuerdo a los últimos cambios de la vida social en China, el Partido Comunista asume el control absoluto de la radio, la televisión, la prensa impresa y la cinematografía. Una nueva institución, llamada La Voz de China, es la encargada de supervisar las ideas y la propaganda emitida a través de todos los medios.

En el exterior, el Partido Comunista también se encarga de llevar la cuenta de todos los ciudadanos chinos que viven en otros países, y en el interior regula las relaciones que el gobierno central tiene con las minorías, como los grupos budistas, tibetanos, cristianos y musulmanes.

Curiosa forma de respetar la diversidad: todo se moverá en el interior del Partido Comunista. Hasta el éxito de los nuevos millonarios chinos, cuyo número rivaliza ahora con los de Estados Unidos.

Quién lo dijera: en el país más poblado del mundo, el comunismo de Carlos Marx y el capitalismo de Adam Smith se dan la mano.

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