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To be (an invader) or not to be?

En el corazón armado de Estados Unidos se debate un dilema que parece de Shakespeare: invadir, o no invadir?
En el Pentágono, la CIA, el FBI y, sobre todo en la Casa Blanca, el dilema es un dolor de cabeza que se acrecienta con cada nuevo video de decapitaciones.
¿Cómo detener la pesadilla que se llama el Estado Islámico?
Los que piensan que lo mejor sería enviar soldados a combatir al Estado Islámico en su propio territorio creen que una acción fulminante detendría el expansionismo del grupo terrorista, acabaría con las ejecuciones en videos y devolvería a los Estados Unidos la credibilidad que se ha perdido, dicen, con las declaraciones huecas del presidente Obama.
Pero también están los que piensan que enviar soldados sería un error lamentable. Dicen que así se inició la guerra de Afganistán, un laberinto del que los Estados Unidos no lograron salir airosos. Que el Estado Islámico es producto precisamente de las invasiones norteamericanas, y que una nueva guerra solo daría a los terroristas nuevos pretextos para reproducirse y continuar una multiplicación de células clandestinas hasta el infinito. Que no habría metas precisas de la invasion, y que sería más fácil entrar en el territorio controlado por el Estado Islámico que salir de él.
Como se sabe, el Estado Islámico es un grupo que quiere regresar a los califatos del siglo VII, y nada le agradaría más que repetir una guerra santa de cruzadas.
Por eso la decisión de la Casa Blanca tendrá que meditarse cuidadosamente.

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