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Vileza

La expulsión de los niños mexicanos que crecieron en Estados Unidos ha puesto a Donald Trump en el anaquel de los mandatarios más despreciables de la historia. Con un simple decreto, pasó a formar parte de la galería del terror compuesta por Calígula, Nerón, Atila, Genghis Khan, Robespierre, Iván el Terrible, Stalin, Hitler, Robert Mugabe, Pol Pot, Idi Amín. ¿Es una comparación excesiva? No. Aunque la lista de tiranos ebrios de poder está formada por líderes que acarrean miles y millones de muertos a sus espaldas, todos ellos comparten la idea de acabar con sus enemigos privándolos de sus derechos, encarcelándolos, decapitándolos, desapareciéndolos o expulsándolos de su territorio. Y esto último es precisamente lo que hizo el célebre inquilino de la Casa Blanca.

La definición de Trump que elabora Jesús Silva Herzog-Márquez es precisa: «Cuando se describe al presidente de Estados Unidos como un fascista debe atenderse, ante todo, a este impulso de perseguir y de excluir a los más débiles. Debe hablarse de su concepción de la política como un fermento de hostilidades. Su bautizo político fue un anuncio de odio contra los mexicanos. Violadores, narcotraficantes, delincuentes y, tal vez, una que otra buena persona. Hoy ha convertido su retórica en decisión política. La eliminación de DACA debe entenderse en esos términos: despojar de patria a miles de jóvenes. Convertir a cientos de miles en parias, en personas sin comunidad, sin raíz y sin destino.» Se trata de un ejército de 800 mil ciudadanos, que ahora lo han perdido todo.

La decisión de Trump es una afrenta contra México, por supuesto, pero también contra su propio país, una nación levantada con el esfuerzo de los migrantes. Por eso la prensa de Estados Unidos está furiosa. En un editorial titulado «La cobardía de Donald Trump sobre los soñadores», el cuerpo editorial de The New York Times sostiene palabras durísimas contra su presidente. «El presidente Trump ni siquiera tiene los riñones suficientes como para hacer su trabajo. En lugar de eso, se esconde en las sombras y manda a su procurador general, Jeff Sessions, a hacer el trabajo sucio de decirle al país que su administración va a promover la deportación de 800,000 jóvenes migrantes indocumentados que llegaron al país siendo niños.» Después el diario más influyente de la nación va desmintiendo una por una todas las falsedades montadas por la Casa Blanca para justificar la atrocidad de su decisión. Que la decisión de Obama de proteger a los jóvenes fue una medida de terribles consecuencias humanitarias. Falso. Que la existencia de esos jóvenes niega el derecho al trabajo a miles de ciudadanos norteamericanos. Falso. Que la protección a los jóvenes migrantes pone al país en riesgo de desatar una ola de crímenes, violencia y terrorismo. Falso, falso, falso.

Según el diario, los jóvenes migrantes son los que mejor califican para muchos empleos, y 9 de cada 10 pagan impuestos puntualmente. Con su salida, Estados Unidos no solo pierde una fuerza de trabajo fundamental, sino también una suma de ingresos fiscales muy cuantiosos. Y el periódico da cifras: con la deportación forzada de los 800 mil jóvenes migrantes, el tesoro de la nación perderá 400 mil millones de dólares en impuestos durante la próxima década.

Con esta nueva medida, la administración Trump no solo se sitúa en el extremo más odioso de la vileza política. También resulta disfuncional para el funcionamiento del propio sistema.

 

 

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