A juzgar por las imágenes, la violencia se ha apoderado de varios lugares del país. Las notas políticas y sociales se confunden con la nota roja. Crímenes, ejecuciones, asaltos, enfrentamientos con la policía, jóvenes enmascarados que protagonizan todo tipo de actos vandálicos, incendios en oficinas y estaciones del Metrobús, fuego en la puerta histórica del Palacio Nacional.
Ahora México se encuentra dividido en dos bloques bien definidos: el bloque mayoritario, que se opone a la violencia, y una constelación de grupos violentos dispuestos a la destrucción y el crimen. Unos son parte de la delincuencia organizada, bandas de narcos que pretenden suplantar al Estado y aterrorizar a la población en varios estados y regiones, y otros son los grupúsculos anarcos o anarquistas, que aprovechan cualquier tipo de movilización popular para confundirse con la multitud, atacar a la policía y destruir todo lo que encuentran a su paso.
La nube de violencia que se cierne sobre el país solo tiene una solución: el respeto a las leyes. Si México quiere realmente pasar a formar parte del primer mundo, con una sociedad menos desigual y una economía pujante, tiene que pasar la asignatura del estado de derecho. Es una asignatura pendiente, pero es una asignatura mayor.