Una vez que salió a la luz quién había estado detrás del acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, el Vaticano guardó silencio. Lejos estuvo de pavonearse. Pero lo cierto es que el Papa Francisco ha retomado un papel fundamental en el mundo, que es el de mediador internacional de todos los conflictos.
Hoy sabemos que el Papa Francisco sostuvo un intercambio epistolar muy nutrido con Barack Obama y Raúl Castro, y que gracias a sus buenos oficios terminó una de las últimas relaciones glaciares heredadas de la guerra fría. Y ahora nos damos cuenta de que la labor del Papa Francisco es inagotable. Es un mediador entre el conflicto bélico más añejo del mundo -entre israelíes y palestinos-, y lo mismo alterna su diplomacia defendiendo a los kurdos que abogando por los migrantes en todo el mundo. Vamos, es tan calculador que se ha distanciado del Dalai Lama para no incomodar a los chinos.
«Tenemos que poner un granito de arena para acercar los corazones de todos los enemigos del mundo», les ha dicho a sus embajadores, y esa arenga -que parece un llamado en el desierto- ha empezado a rendir sus frutos. Por lo menos en el Caribe.