La contaminación atmosférica ha dejado, paulatinamente, de ser una gran noticia. No es que haya desaparecido; simplemente, nos hemos acostumbrado a ella. Hasta hace unas décadas, la contaminación del aire que respiramos estaba considerada como el problema ambiental fundamental para todo el planeta; hoy en día, sin perder importancia, nos parece una vertiente inseparable de la urbanización. Todas las grandes ciudades sufren este problema, y sabemos que no va a desaparecer. Simplemente, hay que mitigarlo.
Las causas de la contaminación atmosférica radican en las emisiones primarias y secundarias. Las emisiones primarias pueden derivar de fuentes naturales, es decir, de desastres naturales como actividades sísmicas, incendios, erupciones volcánicas o fuertes vientos, entre otros. Entre los contaminantes secundarios se encuentra el ozono, que puede causar irritación de ojos y problemas respiratorios.
Según el nuevo informe de la OMS (la Organización Mundial de la Salud), las emisiones de gases tóxicos en las ciudades del mundo han vuelto a aumentar un 8% en sólo cinco años (del 2008 al 2013, el último año con datos disponibles a nivel mundial). Debido a ello, por cada 1000 personas vivas en la Tierra, 973 inhalan toxinas con regularidad, solo 27 no lo hacen.
Es hora de colocar, nuevamente, a la contaminación del aire que respiramos como un enemigo localizado para la humanidad.