El mejor negocio de la frontera entre México y Estados Unidos parece una película de terror. Sin embargo, desgraciadamente, es una película real. Empieza con la captura de los migrantes que llegan al territorio de Estados Unidos ayudados por los llamados polleros. Con engaños, son introducidos en unos jacalones denominados casas de seguridad, donde los miembros de unas supuestas empresas los torturan, les hablan a sus familiares y los obligan a mandar dinero para detener los tormentos. Generalmente, sus prácticas son golpes en las manos con martillos, fracturando los dedos. Pero también se practican las violaciones a las mujeres y la mutilación de los miembros para todas las víctimas.
El tráfico de migrantes en la frontera sur de Estados Unidos ha evolucionado en los últimos 10 años, pasando de una red dispersa de coyotes independientes a un negocio internacional multimillonario controlado por el crimen organizado, incluidos algunos de los cárteles de la droga más violentos de México.
Los torturadores tienen equipos que se especializan en logística, transporte, vigilancia, casas de seguridad y contabilidad, todo en apoyo de una industria cuyos dividendos han ascendido de 500 millones de dólares en 2018 a 13.000 millones de dólares en la actualidad, según las investigaciones de Seguridad Nacional, la agencia federal que investiga estos casos.
Antiguamente, los migrantes que llegaban a Laredo, Texas, vadeaban el río por su cuenta y se perdían en un espeso paisaje urbano. Ahora, según entrevistas con migrantes y oficiales de las agencias de seguridad, es imposible cruzar sin pagarle a un coyote vinculado al Cártel del Noreste, una facción escindida de los Zetas.
Como toda esta actividad se mantiene en la clandestinidad, hay pocos registros sobre los detenidos. Unos de ellos testificó que su célula estaba afiliada con el cártel de los Zetas, y que en dos años había canalizado cientos de migrantes a Estados Unidos y recaudado cientos de miles de dólares.
El mayor de una familia de traficantes fue sentenciado a prisión perpetua. Su hijo y el hombre que había llevado a cabo la mayoría de los abusos físicos recibieron sentencias de 15 y 20 años.