Se ha dicho que uno de los damnificados de los sucesos que han sacudido a México en los últimos años es la democracia. Y es cierto, porque el nivel de confianza en los partidos, los gobernantes, las instituciones y los comicios ha caído notablemente, y los agoreros electorales pronostican un incremento del abstencionismo en las próximas elecciones.
Sin embargo, y a pesar de lo que se piensa comúnmente en tiempos de incredulidad y sospechas, las elecciones son el momento crepuscular de la democracia, y la democracia es el único sistema alternativo a las dictaduras, los fanatismos de cualquier signo, los totalitarismos y la violencia.
En México nos ha costado un gran esfuerzo construir el andamiaje de la democracia, a través de un Instituto Nacional Electoral autónomo que garantiza la legalidad, la transparencia y la imparcialidad de los comicios. El INE es una de las pocas instituciones que cuenta con credibilidad entre la población, y con todos los mecanismos necesarios para arrojar elecciones limpias.
La tarea que el INE tiene enfrente es gigantesca: 82.5 millones de ciudadanos podrán votar; estarán en disputa 2,179 cargos de funcionarios públicos; 10 partidos nacionales participarán en la contienda; habrá 152,512 casillas para emitir los votos.
Además, el INE se encargará de llevar a cabo elecciones en entidades que se han caracterizado por conflictos incandescentes en los últimos meses, particularmente Guerrero y Michoacán. En esas entidades, el INE tendrá que desplegar toda su experiencia para que sea la democracia y no la violencia la que se instale como forma de resolver los conflictos.