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El Teclado del Director

El hambre ha sido uno de los grandes azotes de la humanidad en todos los tiempos. Flagelo de niños y ancianos, secuela de todas las guerras, Jinete del Apocalipsis y compañero inseparable de la pobreza, el hambre ha sido siempre un tumor canceroso que corroe desde dentro a las sociedades que la padecen.

En la Nueva España las hambrunas eran recurrentes y mal atendidas. Eran resultado de sequías, heladas, epidemias, supresión de pagos en especie a los peones, enfermedades diversas y cierre de trojes. El año de 1785, bautizado por Alexander Von Humboldt como “el año del hambre”, arrojó 300 mil muertos, según sus estimaciones. Tan solo la región que hoy ocupa el estado de Guanajuato perdió a más de la tercera parte de su población.

Después de más de dos siglos, México no ha podido erradicar el hambre de una parte importante de su población. No se trata, desde luego, de un mal generalizado, pero todavía afecta a más del 13% de los niños menores de 5 años. ¿Las causas? Todo mundo sabe o intuye que es un mal asociado a la pobreza, la marginación, la insalubridad y la falta de educación. Uno de los rostros más espantosos de nuestra endémica desigualdad social. Eso explica que en las comunidades indígenas, de las cuales tanto nos enorgullecemos, la desnutrición infantil alcance a más de la tercera parte de los niños pequeños.

En estas páginas Nuria Urquía, representante de la FAO de las Naciones Unidas, nos dice que es más fácil acabar con el hambre que desterrar la pobreza. Y señala que con una política focalizada en el problema, y con una coordinación adecuada entre todas las Secretarías de Estado y los diferentes órdenes de gobierno, en cinco o seis años México podría alcanzar los niveles de nutrición que merecen todos sus habitantes. Y Omar Garfias, que tiene en sus manos las riendas operativas de la Cruzada Nacional contra el Hambre, afirma que la Cruzada no es un programa pasajero, sino que está creando las instituciones necesarias para que arraigue como política prioritaria del Estado.

Una parte fundamental de la política alimentaria es la producción de alimentos. Y el tema no es sencillo. Julio Rosette, que está a cargo del Proyecto Estratégico de Seguridad Alimentaria, sostiene que el problema central en el campo es la falta de motivación de los campesinos para producir alimentos. Resulta paradójico, pero millones de productores prefieren hacer otras cosas. Y no es fácil convencerlos de lo contrario. Por eso es imprescindible aumentar la productividad y los ingresos de los campesinos, y para eso Eduardo León nos plantea una alternativa excepcional llamada La Milpa Sustentable.

Acabar con la desnutrición es una tarea que no solo corresponde al gobierno. Desde la trinchera de las organizaciones sociales, Un Kilo de Ayuda nos habla de una labor que parece sencilla, pero que resulta extremadamente laboriosa y muy eficaz. Se trata de medir el peso y la talla de los pequeños, para saber si van alcanzando el tamaño que merecen con los alimentos. Y desde sus propios juicios críticas, Enrique Provencio y Rosa Elena Montes de Oca insisten en que el éxito de la Cruzada depende, en buena medida, de la participación democrática de sus propios beneficiarios. La política asistencialista, de manera aislada, no resuelve los problemas. Ya lo hemos visto.

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