En una fábrica de gas en Lyon, Francia, un ataque terrorista dejó un decapitado como saldo tétrico, y la simultaneidad de los ataques han puesto a temblar al mundo occidental. Ha sido un viernes sangriento. Una hora después de la decapitación en Francia, a miles de kilómetros de distancia, en un hotel de Túnez frente a una playa, un hombre abrió fuego contra los turistas, matando por lo menos a 28. Y en Kuwait, el pequeño país que parece un apéndice de la península arábica, un suicida lleno de explosivos se metió a una mezquita llena de fieles orando y asesinó por lo menos a 25 de ellos al hacer estallar su propio cuerpo.
El saldo mortuorio tiene un piso de 54 víctimas, y el terror esparcido ha alcanzado diversos países del mundo. Aunque el Estado Islámico se ha adjudicado únicamente el ataque a la mezquita de Kuwait, todo apunta a que el autor de los tres ataques es el mismo. Y eso significa que la estrategia del Estado Islámico es cada vez más versátil y aterradora.
Los ataques coinciden con los días posteriores al primer aniversario de la constitución del califato del Estado Islámico de Irak y Siria, que se celebra el 29 de junio. En ese lapso el portavoz del califato llamo a sus seguidores en todo el mundo a convertir el mes sagrado del Ramadán en «un momento de calamidades para los infieles de todo el mundo, así como para los fieles shiítas y los apóstatas musulmanes». Por eso las víctimas fueron desde ciudadanos franceses hasta religiosos que oraban en una mezquita y turistas europeos en las playas de Túnez. «¡Dios es grande!» gritó uno de los terroristas que atacaron la planta de gas francesa y degolló a un individuo.
Parece que la estrategia del Estado Islámico tiene dos pistas: acrecentar su territorio en Irak y Siria, y aterrorizar al resto de los mortales en cualquier parte del mundo. Una amenaza, guardando todas las diferencias, comparable a la de Hitler con el nazismo.