Esta vez el fuego nuevo no viene de las Olimpíadas. El nuevo fuego es la renovada protesta callejera de los griegos por las medidas de austeridad que el gobierno de Alexis Tsipras, recién llegado en enero de este año, tuvo que aceptar para que Grecia no cayera en el abismo de la insolvencia financiera y la falta absoluta de dinero en las calles.
El gobierno izquierdista del partido Syriza ganó las elecciones apoyado en el repudio generalizado a las medidas de austeridad y el recorte de los gastos básicos del Estado, pero a la hora de las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional y los demás gobiernos europeos, el Primer Ministro de Grecia se percató de que, en caso de no aceptar las condiciones impuestas, su país no solamente saldría de la zona del euro, sino que además se precipitaría en un vacío muy difícil de llenar con el simple enojo de la población.
De manera que, después de una jornada agotadora, Tsipras tuvo que aceptar nuevas medidas de austeridad -buscando el equilibrio del déficit público- a cambio de un nuevo préstamo de 85 mil millones de euros para sobrevivir los próximos tres años.
Y el regreso a casa no fue nada glorioso. Tsipras fue recibido por una manifestación de 12 jóvenes que atacaron a la policía a la vieja usanza, se apostaron afuera del Parlamento para impedir que pasara la propuesta mediadora del gobierno, y le prendieron fuego a un automóvil. Todo sucedió como si el gobierno izquierdista no hubiera ganado las elecciones, y Grecia se encontrase sola frente a la cerrazón de los banqueros.
Parece un cuento de nunca acabar.