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El documental: una pasíon que mueve

Cuando en 1895, los hermanos Lumière, cuyo apellido en español curiosamente significa «luz», salieron a las calles de París para probar su último invento: el cinematógrafo, no imaginaron la revolución que este nuevo artefacto provocaría en la cultura, las artes y el entretenimiento. De hecho, esta fecha marcó el comienzo de la historia del cine.
Muy probablemente, ninguno de los dos hermanos pensó tampoco que con el tiempo el cine podría contar historias, ya que en ese momento su única intención fue retratar obreros saliendo de las fábricas, la vida cotidiana de su ciudad; es decir, la realidad y así el cine nació siendo documental.

La pasión que este nuevo invento generó desde su nacimiento ha movido durante más de un siglo ya a creadores y artistas de todo el planeta, a algunos los impulsó a soñar y escribir historias que se hacen películas, mientras que a otros los motivó a voltear su mirada al mundo, retratarlo y hacer documentales.

A lo largo del siglo xx, los documentalistas fueron testigos de movimientos sociales, guerras civiles y mundiales, recorrieron el planeta descubriendo nuevas culturas, exóticas tribus y sorprendieron a los espectadores al retratar paisajes idílicos, volcanes en erupción y especies animales nunca vistas. Estos hombres y mujeres inquietos y preocupados por compartir con otros su mirada fueron, desde el inicio, conscientes del valor y fuerza de la imagen, así como del discurso audiovisual, y se comprometieron con la causa de promover y difundir —a través de sus trabajos— un espacio de conciencia y reflexión en torno a la realidad.

Así, en los albores del siglo pasado, cineastas como Robert J. Flaherty viajaron hasta el polo norte para retratar la vida de los inuit y dejar como legado Nanuk el esquimal: considerada la primera película documental de la historia. O como Joris Ivens, quien junto a Ernest Hemingway, documentaron la Guerra Civil española del lado del ejército republicano.
Con el paso de los años, el documental se popularizó, transformándose en cortometrajes que, previo a la exhibición de los estrenos de ficción, daban cuenta de los acontecimientos internacionales, de los triunfos en el frente de batalla o de las novedades en el mundo de la ciencia, la moda o el entretenimiento.

Con la llegada de la televisión, el documental encontró no sólo una nueva pantalla, sino también inéditas formas narrativas que respondían a las necesidades del nuevo medio de comunicación, el cual —como en su momento la cámara de cine— estaba revolucionando y transformando a la sociedad. 

Sin embargo, mientras unos veían en la televisión un espacio para hacer de ella un escaparate de la sociedad o buscaban producir el mejor noticiario del momento, a otros les movía la pasión por seguir descubriendo el planeta y llegar hasta los rincones más alejados del mismo. Así, directores como John Marshall o Robert Gardner mostraron al mundo, a través de su cámara, rostros y paisajes nunca antes vistos. Y con sus obras reafirmaron el valor e importancia de la creación documental no sólo como un medio para transmitir noticias o hacer propaganda, sino como una herramienta de creación, sensible y profunda, cuya veta creativa y material de trabajo eran la vida misma.

Esa pasión que movió a aquellos que por primera vez imaginaron una cámara de cine, aquellos que la tomaron en sus manos y la hicieron herramienta de su imaginación o de su compromiso con compartir alegrías, descubrimientos y preocupaciones, está más viva que nunca. Sea de oriente u occidente, del norte o el sur, los documentalistas exploran nuevas formas narrativas, cuentan historias que hacen de la pantalla una ventana de la realidad y provocan que la película comience cuando termina la función, haciendo reflexionar al espectador y en muchos casos actuar también en consecuencia con la historia en la que acaba de participar.

Quedó atrás el siglo xx y llegó la era digital, que como ninguna otra revolución ha transformado el mundo y la forma de relacionarnos con él y entre nosotros como especie humana. Nunca antes el planeta había sido tan pequeño e inmediato. Cuando hace apenas unos cuantos años un viaje podía suponer días, semanas o meses, hoy sólo hace falta apretar un botón. Esta realidad también ha transformado significativamente la forma de comunicarnos y hacer comunicación. Y es también ahora cuando cobra aún más sentido y responsabilidad el producir documentales, no productos mediáticos e informativos disfrazados de objetividad, sino obras audiovisuales sinceras, honestas y comprometidas.
Nuestro país no se queda atrás. En México el cine también nació siendo documental. Y fue en 1896 cuando el primer cinematógrafo enviado por los hermanos Lumière desembarcó en tierras mexicanas para retratar pintorescas escenas de la sociedad, cultura y tradiciones de la época. Así comenzó el registro puntual de hechos que ocurrían sin guiones establecidos, sin diálogos ensayados y sin ficciones.
Desde aquellos primeros años hasta nuestros días, la cámara de cine y ahora las de video, digitales y teléfonos celulares han sido testigos de la historia de nuestro país, de los movimientos revolucionarios de principios del siglo xx y también del xxi, de las manifestaciones sindicalistas y magisteriales, del crecimiento urbano e industrial, así como de las tradiciones, fiestas y cultura popular de las comunidades indígenas.

El documental en México acompaña su historia reciente y su presente de la mano de muchos y talentosos cineastasque, a lo largo de más de 100 años, han sido impulsados por la preocupación y responsabilidad de conservar y compartir nuestra memoria. Pero es en la última década cuando con fuerza y energía surge una nueva generación de cineastas que voltean su mirada a la realidad, como materia prima para contar historias, quienes en buena medida son llevados por la búsqueda de hacer un reflejo fiel de la realidad mexicana entrado el segundo decenio del siglo xxi.

En 2010, México celebró los 200 años de su Independencia y 100 de la Revolución, mientras sus habitantes se preguntan el rumbo que lleva nuestra nación, envuelta en un clima de inseguridad provocado por la llamada «guerra contra el narcotráfico» y la imposibilidad de generar los acuerdos políticos que demanda el país para encontrar rumbo, consenso, atender los retos que nos depara el futuro y resolver las demandas sociales de equidad, salud y educación, que de muchas formas son las mismas que hace más de una centuria despertaron al pueblo mexicano provocando uno de los primeros movimientos político-sociales del siglo xx: la Revolución mexicana.

Cien años después de aquella gesta revolucionaria que transformó a México, y de la que aún quedan recuerdos guardados por el celuloide, el documental nacional, podríamos decirlo, goza de muy buena salud; sin embargo, hay que decirlo también, por décadas enteras estuvo relegado a ser una herramienta de propaganda y un instrumento de comunicación del Estado para promover y difundir sus políticas sociales y la creación de infraestructura. Pero a la par, sin duda, debemos reconocer el trabajo realizado por importantes documentalistas, comprometidos con las causas sociales que no veían el mismo país que el gobierno buscaba mostrar a sus ciudadanos y es aquí donde el trabajo de Julio Pliego, Óscar Menéndez, Nicolás Echevarría, Carlos Mendoza y muchos más, quienes preocupados por retratar y hacer un recuento de los movimientos sociales emergentes en nuestra nación en los años sesenta y setenta nos dejan la tarea obligada de no olvidar.
Pero es con la llegada del tercer milenio, indudablemente, que el quehacer y la creación documentalista en México se ve revitalizada. El genero documental, que por muchos años parecía sólo dedicado al acompañamiento de movimientos y consignas sociales, empezó a voltear su mirada en busca de nuevos personajes y temáticas, así como a explorar nuevas formas de realización cinematográfica. Así, el trabajo de nuevos realizadores–documentalistas, como Juan Carlos Rulfo, Everardo González, Lucía Gajá, Christiane Burkhard, entre muchos otros, comenzó a ser reconocido internacionalmente.
Con ello, se detona el crecimiento de la producción documental mexicana, la cual desde la producción independiente y un creciente apoyo por parte de instancias públicas que, como el IMCINE, crearon programas de formación y estímulos, han multiplicado anualmente el número de películas que se producen y exhiben en nuestro país, y que acompañados por el nacimiento de festivales y muestras dedicadas a este género abren más espacios para la creación, difusión y formación de nuevos públicos.

Y así, en el año 2006, nace como resultado de esta pasión por el genero documental, el 1er festival internacional de cine documental en nuestro país: DocsDF, un encuentro anual dedicado exclusivamente al genero de la no ficción, que reúne actividades de exhibición, formación y creación, buscando acompañar el desarrollo de no solo nuevos y jóvenes cineastas, sino también de nuevos públicos, cada vez más interesados en ver a través de la pantalla, una ventana hacia la realidad.

Esta nueva generación de documentalistas mexicanos, festivales y foros de exhibición, han hecho voltear la mirada de críticos, programadores y espectadores alrededor del mundo, hacia una nueva mirada a la realidad nacional, una mirada apasionada, diversa y rica en matices, que lleva a su público a un viaje por nuestro territorio, recorriendo escuelas rurales en medio de la sierra de Oaxaca, intensos conflictos familiares, milagros, mujeres y niños que esperan la llegada de sus familiares, o el momento de partir para reencontrarse con ellos, un abanico de personajes e historias que dan cuenta de este espíritu y pasión que mueve a sus creadores con el ánimo de mostrar a sus espectadores historias que invitan a la reflexión, que los enternezcan, alegren y que los llevarán en un viaje por este universo tan diverso y complejo que es la realidad y por lo tanto también, el cine documental: una pasión que mueve.

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