Regreso a casa
En Sudáfrica, esa nación que ha sido a la vez botón de muestra del racismo internacional y ejemplo de integración racial, muchos de los blancos que abandonaron el país después del triunfo de Nelson Mandela en 1994 están regresando a casa. Se calcula que en ese año empezó un éxodo de cientos de miles de ciudadanos blancos, unos por su incapacidad de aceptar la integración racial; otros por temor a represalias del nuevo gobierno y de los negros resentidos por su historia, y otros más por las condiciones de miseria, criminalidad y falta de oportunidades. En 2004 emigraron hacia Australia y Gran Bretaña más de 44 mil blancos, una cifra que duplicó a la emigración de 1996. Pero ahora empiezan a volver. Gracias a las oportunidades abiertas para los profesionistas, las relaciones sociales y familiares dejadas en el país y las bondades del clima, en la última década han regresado más de 340 mil blancos. Mandela estaría feliz.
Buenas compañías
Desde que los robots se pusieron de moda, la opinión pública se ha dividido sobre la pertinencia de sus usos. Por una parte, hay un consenso en la necesidad del uso de robots en actividades peligrosas para los seres humanos, labores repetitivas que se facilitan mecánicamente, y actividades científicas muy especializadas que no pueden ser realizadas por las personas. Por otro lado, hay una opinión que desconfía por principio de los robots y las computadoras, y que alerta constantemente sobre la deshumanización del trabajo. Y ahora, entre la admiración y la crítica del público, hay una compañía inglesa llamada Cornwall´s Engineered Arts que está fabricando robots capaces de tener expresiones faciales, lenguaje corporal y movimientos idénticos a los de la gente de carne y hueso. Son robots tan especializados que son capaces de hacerle compañía a los corazones más solitarios del mundo. Es una idea que resulta repulsiva para muchos humanistas, aunque hay fanáticos de la tecnología y supuestos pervertidos que ya se frotan las manos con el asunto.