Ahora tocó a Orlando, un sitio ligado a los parques de diversiones de Disney. Un hombre ingresó a un bar armado con un rifle de asalto y una pistola, y empezó a disparar contra la concurrencia. Hasta ahora hay 50 muertos y 53 heridos, lo cual sitúa al evento como la peor matanza que haya habido en Estados Unidos hasta la fecha.
Y eso que ha habido muchas. Sean terroristas, sicópatas o enfermos mentales de diversa índole, hay un contingente muy nutrido de atacantes que disparan contra la multitud en escuelas, cines, bares, jardines de niños y maratones. Cuando se inicia el asalto artero, nadie se salva. Hoy, en Estados Unidos, nadie está a salvo.
En esta ocasión el atacante se llamaba Omar Mateen, un hombre de 29 años que supuestamente está vinculado al Estado Islámico. El sujeto ingresó a un bar de gays llamado Pulse, asesinó a mansalva a la clientela que estaba a su alrededor, y tuvo el tiempo suficiente para tomar rehenes antes de que la policía lo liquidara.
El presidente Obama, como siempre en estos casos, ha expresado sus condolencias. Pero la espiral de violencia no se detiene. Apenas el país salía del dolor de la masacre de San Bernardino cuando se enteró de que en la Universidad de California en Los Ángeles se había teñido de sangre por los arrebatos postreros de un suicida. Y ahora, como si fuera una secuencia macabra del terror en cualquier sitio, tiene lugar una nueva carnicería.
Las autoridades están buscando los nexos del culpable con el Estado Islámico. Sin embargo, la solución del problema no está fuera del país. El inicio de la solución está lo que haga la nación con la venta de armas al por mayor. Sabemos que cualquiera que vaya a un Walmart puede salir armado hasta los dientes. Puede ser un cliente atemorizado por los sucesos recientes, un sicópata con la violencia encapsulada, un narcotraficante mexicano o un seguidor del Estado Islámico. A estas alturas poco importa. Lo que importa es si el país seguirá vendiendo armas con el pretexto de amparar la legítima defensa de los individuos, o si pondrá fin a una política que atenta directamente contra la seguridad de todos los ciudadanos.
El derramamiento de sangre puede incrementarse o detenerse, y será parte del debate electoral que tenemos en puerta. Por lo pronto, Donald Trump ya se declaró satisfecho porque los hechos, dice, le dan la razón. Vaya satisfacción.