A Raúl Irabién Bello le robaron su identidad. Un día de pocas ventas en su agencia de viajes se dio cuenta de que sus tarjetas de crédito estaban bloqueadas. Le pareció muy extraño. Siempre mantiene en orden sus finanzas, y es muy escrupuloso con la administración de la agencia. Habló a los bancos, donde siempre lo hacían esperar y lo turnaban a otra ventanilla, y siguiendo el hilo de una madeja muy enredada lo enviaron al Sistema de Administración Tributaria. Y ahí, después de muchos rodeos, le dijeron que su empresa era apócrifa, que había cometido diversos fraudes, y que habían incautado sus cuentas como medida precautoria.
El asunto jamás se le hubiera ocurrido a un novelista policíaco del siglo pasado, versado en plantear crímenes oscuros y delitos incomprensibles. Resulta que otro Raúl Irabién Bello, equipado con sus datos personales, había abierto una supuesta empresa en Monterrey -en la que laboraban varios trabajadores- y había cometido diversos fraudes al fisco y a otras empresas. Lo más perturbador era que contaba con acta de nacimiento y credencial de elector apócrifos, y que tenía una serie de documentos y referencias que confirmaban que él era el verdadero Raúl Irabién Bello.
El caso de Raúl no es el único. Una amiga de Iván Portilla, egresado de Comunicación de la UNAM, le preguntó si tenía abierta otra cuenta de Facebook, porque otro sujeto amparado en sus propias fotos la había invitado a salir, pero en un tono poco habitual en Iván. Pues resulta que no, que el verdadero Iván no la invitaba a ningún lado, y que había que andar con cuidado porque las redes sociales pueden convertirse en telas de arañas.
Facebook dice a sus usuarios que al subir videos o fotografías a la red el usuario otorga a Facebook una licencia no exclusiva, transferible, con posibilidades de ser subotorgada y libre de regalías. No plantea nada en torno a los delitos. Sin embargo, los robos de identidad van al alza. La Procuraduría de la CDMX tiene 772 averiguaciones previas por usurpación de identidad en 2015. El infractor puede utilizar la identidad ajena para fraudes, venta de drogas, acoso, extorsión y corrupción de menores.
Nada de esto es culpa de Mark Zuckerberg, por supuesto. El tema solo confirma que la creatividad de la delincuencia siempre va muchos pasos delante de la ley.
(Con información de Aura García en El Universal)