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Fuego olímpico en el corazón

Los Juegos Olímpicos son una lección para el mundo. Mucho le debemos a Grecia. En las Olimpíadas la meta es la superación permanente de los seres humanos, el ser más rápidos, más ágiles, más precisos, más fuertes, más resistentes, más estéticos, siempre mejores.

Las Juegos Olímpicos se desarrollan impregnados de valores y triunfos. En ellas no hay discriminación ni injusticia. Todos los competidores comparten el mismo esfuerzo, y por eso se respetan y reconocen mutuamente. Al final de las competencias, se abrazan negros y blancos, judíos y musulmanes, estadounidenses y cubanos, turcos y rusos.

La última medalla de oro que perdió Michael Phelps es una joya de los Juegos Olímpicos. Como se supo, Phelps llegó a Río de Janeiro con la divisa de no perder, después de que en los Juegos Olímpicos de Londres el sudafricano Chad le Clos le arrebató la medalla de oro en los 100 metros de nado mariposa, su especialidad. Y como ahora se sabe, el llamado tiburón de Baltimore lo logró. Michael Phelps se colgó cuatro medallas de oro más en Río, y solo le faltó, nuevamente, el oro en su especialidad.

El oro de los 100 metros mariposa lo ganó Joseph Schooling de Singapur, un joven de 21 años que hace 8 años -a la edad de 13- se había tomado una foto con su ídolo Michael Phelps, para presumir con sus amigos.

Phelps se subió al podio feliz para recibir la plata. ¿Y que dijo el joven Schooling? Con una sonrisa cubriendo todo el rostro, dijo que haber ganado el oro no le importaba nada. Que su verdadera felicidad era haber estado al lado de Michael Phelps.

Después de ver esto, cualquiera puede pensar que la humanidad tiene remedio.

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