Esta semana, en el pacífico océano de Nueva Zelanda, tuvo lugar una de las peores muertes masivas de ballenas en la playa. Más de 400 cetáceos yacían acostados en la arena. Cientos de voluntarios su unieron al llamado de los grupos ambientalistas para auxiliar a las ballenas vaciando cubetas de agua sobre sus cuerpos enormes, tratando de mantenerlos vivos y regresarlos al mar. Otros formaron una cadena humana para impedir la llegada de nuevos aspirantes al cementerio.
A pesar de los esfuerzos de los rescatistas, que han logrado devolver al océano unas cuantas ballenas y mantener otras vivas en la playa, más de las tres cuartas partes de los cetáceos han muerto. Es una de los mayores tragedias ecológicas en la historia del país.
El cinturón playero de Farewell Spit en el noreste de la isla sur de Nueva Zelanda -donde tuvo lugar el drama- ha sido definido como una trampa para ballenas, y los anales de sus encallamientos registran un total de 680 ballenas varadas desde que se iniciaron sus registros. Por eso las 416 encontradas en estos días representa una catástrofe.
Se sabe que los varamientos de ballenas obedecen a diversas causas, que producen la desorientación y muerte de los animales. Pueden ser tempestades muy prolongadas, enfermedades, playas sin pendiente de arena -que podría ser el caso- o ruidos estrepitosos como explosiones de armas en el océano. Esto último, por supuesto, podría evitarse.