La guerra a los indocumentados tuvo un rostro emblemático la semana pasada. Fue la cara compungida de Guadalupe García de Rayos, capturada y deportada en Phoenix, donde vivía y trabajaba desde 1996, cuando llegó persiguiendo el sueño americano a la edad de 14 años. Es una madre de dos hijos que nacieron en Estados Unidos, que no se resignan a su partida.
El caso de Guadalupe representa la llegada de la era de Trump. Su historia no comenzó ayer. En 2008, durante una redada en el parque acuático en Arizona donde trabajaba, fue arrestada cuando se le descubrió con un número falso de seguridad social. Y eso, a los ojos de la nueva administración, constituye un delito. En aquel entonces fue arrestada y pasó varios meses detenida. Muchos años después, en 2013, se ordenó deportarla a México tras ser acusada de robo de identidad por tener papeles falsos. Pero después apeló la orden de deportación, y se le permitió permanecer en Estados Unidos a condición de que se presentara cada año en la oficina del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) para una breve revisión de su caso.
La semana pasada, después de que se presentó a su revisión anual, las autoridades ordenaron deportarla. Tenía antecedentes -según dijeron- criminales. Era -según el nuevo decreto de Donald Trump- una amenaza para la seguridad nacional.
Cientos de ilegales se esconden, nadie espera su turno para ser deportado.
Pero hoy surgió un nuevo caso, igualmente dramático. Rosa María Ortega, de 37 años, llegó a Dallas de su ciudad natal de Monterrey siendo una pequeña. Trabajando con ahínco logró su residencia. Con ello, adquirió ciertos derechos. El de residencia. El derecho de comprar una casa. El derecho de educar a sus hijos. El derecho de tener un trabajo. Sin embargo, nunca supo que no podía votar. Ese derecho no lo tenía.
Y sin embargo lo ejerció. Rosa María votó en las elecciones de 2012 y 2014.
Ahora las autoridades se dieron cuenta, y la metieron a la cárcel bajo el pretexto de las nuevas leyes de Trump. Estará ahí 8 largos, larguísimos años. Y después será deportada.
Lo más triste, paradójico y perplejo del asunto, es que Rosa María votó a favor de los republicanos.