En el gobierno de Donald Trump, un multimillonario es Secretario de Comercio. Se llama Wilbur Ross, y ahora es un detractor -como su jefe- del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
En efecto, Trump ha declarado que el Tratado de Libre Comercio «es el peor tratado aprobado en la historia de este país», y ha chantajeado a las empresas automotrices de Estados Unidos que están en México para que suspendan las inversiones externas y regresen a su país. Todo con el pretexto de reabrir las fuentes de trabajo en su país.
Lo que ahora se calla es que el Secretario Ross hizo su fortuna al amparo del Tratado de Libre Comercio y los beneficios de la globalización para sus empresas. Su incursión en México comenzó en 2007, un año después de que se propuso comprar activos de fabricantes de autopartes estadounidenses que se encontraban en apuros. Así fundó International Automotive Components, una proveedora de autopartes automotrices con fábricas en todo el mundo, incluyendo México y China. Las ventas en 2015 alcanzaron los 5.9 mil millones de dólares.
Hace casi una década, cuando su empresa anunció la compra de una planta en Hermosillo, México, con la que agregaría 300 millones de dólares en ventas y 1700 empleados a su nómina, Ross dijo que el acuerdo “demostraba nuestro compromiso con la expansión en los países de bajo costo”. Para no hablar de los beneficios que obtenía con los bajos salarios. Años más tarde, la compañía inauguró una nueva planta, su octava operación en México. Para ese entonces, la empresa de Ross había completado expansiones en otras tres plantas de nuestro país. El futuro parecía prometedor: su empresa citó un pronóstico de que México representaría el 25 por ciento del crecimiento mundial en la producción de automóviles.
Y en Estados Unidos, su amada patria, su actuación como empresario ha estado lejos de la filantropía. Cuando Ross adquirió una fábrica de autopartes en Carlisle, Pensilvania, hace una década, le puso un dique al sindicato exigiendo recortes en los salarios y las prestaciones. Como el sindicato no aceptó sus propuestas, Ross cerró la planta y trasladó sus operaciones a Carolina del Norte, Canadá y México. El país no importaba. Los dividendos, si.
Pero nada de esto es nuevo. En el fondo, se trata de un viejo adagio, que nos recuerda que dinero llama dinero. Ese es el único principio. Lo demás, es lo de menos.