El suceso parece un capítulo de la serie televisiva Homeland, donde el héroe de guerra es capaz de cambiar de bando y empaparse de la ideología de Al Qaeda para actuar como un terrorista infiltrado en Washington. La heroína -una agente de la CIA que oculta su bipolaridad para aparentar ser mucho más confiable- se encarga de atraparlo y luchar contra sus demonios internos, mientras escapa de las trampas del amor.

En la vida real, el sargento del ejército norteamericano Ikaika Kang ha sido acusado de proporcionar información y apoyo material al Estado Islámico. El pasado 8 de julio fue detenido por el FBI sin posibilidad de fianza, y comparecerá ante una corte en la que, a juicio de su abogado, se declarará inocente.

Birney Bervar, quien es el abogado del sargento, dice que su cliente padece de una enfermedad mental producto de todos los años de guerra que ha vivido. En 2011 fue condecorado por los 10 años de servicio militar prestado a la patria, y de manera inmediata se enlistó para combatir en Afganistán. En ese momento, a juicio del defensor, Kang se adentró en un trastorno interno que lo hizo perder sus coordenadas mentales y comprometerse de lleno con cualquier participante en las matanzas.

Los fiscales del caso tienen pruebas de que entre el 21 de junio y el 8 de julio el sargento se entrevistó con varios agentes del FBI disfrazados de terroristas, y que les entregó una serie de documentos confidenciales. En ese momento, se descubrió que Kang se había comprometido a llevar a cabo un ataque masivo con armas de alto poder, a nombre del Estado Islámico.

La parte de la realidad que alimenta a la ficción siempre es un territorio nebuloso. Lo cierto es que la guerra se encarga de ir dinamitando la lógica de las neuronas, hasta que los bandos en guerra se confunden y resulta igual servir a cualquiera. Al final, después de haber sido testigo y partícipe de un número infinito de canalladas, un estallido salvador liberará a los soldados de lo insoportable de sus vidas.