La desigualdad social es el problema central de México, dicen muchos analistas. Esa desigualdad nos ha acompañado a lo largo de toda nuestra historia como nación independiente, y no ha podido desaparecer a pesar de los esfuerzos para combatirla. Y no solo no ha desaparecido, sino que se ha incrementado en los últimos años. A pesar de los programas sociales, la cobertura educativa, la ampliación de los sistemas de salud y los apoyos económicos a las familias en condiciones de pobreza extrema, la desigualdad social es un ingrediente que permanece en el paisaje nacional como parte indisoluble de México. La mitad de la población vive en condiciones de pobreza, y la desigualdad social se observa a simple vista en las ciudades, en el campo, en todos los rincones de la República.
Los cuatro mexicanos más ricos del país concentran el 9% de la riqueza nacional. Y mientras eso sucede, en el campo más atrasado la desnutrición alcanza al 20% de los niños menores de 5 años. En la capital del país, la desigualdad social contemplarse en los puntos cardinales: en el oriente, los barrios miserables de Tláhuac, Iztacalco e Iztapalapa; en el occidente, las mansiones de Bosques de las Lomas y los edificios modernos de Santa Fe.
Por otra parte –aunque en el mismo sentido-, muchos otros analistas afirman que el principal problema de México es la corrupción. El país ha caído hasta el lugar número 123 en la escala mundial. Está entre los seis países más corruptos de América Latina. La corrupción no solamente acompaña las prácticas más sucias de los tres niveles de gobierno, sino que se ha convertido en una forma de vida más práctica para toda la población. ¿Por qué cumplir las normas, con todos los inconvenientes que acarrean, si los problemas se pueden solucionar con una mordida al funcionario o al policía?
Un estudio de la organización llamada Impunidad Cero afirma que la desigualdad social y la corrupción están íntimamente relacionadas. Podría decirse que la corrupción es una hija natural de la desigualdad social, o que la desigualdad social es un clima de corrupción permanente. Ambas perversiones se alimentan a diario.
Para fundamentar sus afirmaciones, el estudio –de Guillermo Raúl Zepeda Lecuona, publicado por Este País en el mes de julio- sostiene que el 10% más rico de la población mexicana tiene el 36% de la riqueza nacional, mientras el 10% más pobre solo detenta el 1.2% de dicha riqueza. Los que más tienen, son 36 veces más ricos que los que menos tienen.
En el otro extremo del mundo, en Dinamarca, los márgenes entre los ingresos son mucho más reducidos. Los que más tienen son 5 veces más ricos que los que menos tienen.
Hay mucho que decir al respecto. Pero si nos atenemos a esas cifras, veremos que Dinamarca es uno de los dos países menos corruptos del mundo –el otro es Nueva Zelanda-, mientras que México es de los más corruptos. Está en el vergonzoso lugar 123.