En la estridente guerra verbal entre Pyongyang y la Casa Blanca hay una voz que representa la paz. Es el fuerte y decidido discurso de Moon Jae in, el presidente de Corea del Sur, quien señaló con vehemencia que «cualquier acción militar en la península de Corea debe ser decidida solamente por Corea del Sur, y nadie más puede tomar una acción militar en este territorio sin el consentimiento de Corea del Sur.»

Los extremos representados por Donald Trump y Kim Jong un tuvieron recientemente un debate irracional que puso a temblar al planeta entero. Donald Trump habló de una reacción de fuego y furia «como nunca la ha visto el mundo» si Corea del Norte continúa con sus ensayos nucleares. Kin Jong un reviró diciendo que su país no temía a los Estados Unidos, y que estaba preparado para lanzar misiles atómicos sobre Guam.

En medio de ellos, el llamado del presidente de Corea del Sur representa una esperanza. Moon Jae in dijo que su gobierno «hará todo lo que está en sus manos para detener la guerra», e hizo un llamado a Corea del Norte para sentarse en la mesa de negociaciones. «Sin cooperación internacional y coexistencia económica, el desarrollo es simplemente imposible. Si ustedes continúan el camino de la confrontación, solamente habrá aislamiento internacional y un negro futuro.»

El llamado de Moon Jae in puede parecer ingenuo. Donald Trump ha demostrado ser un torbellino que gira vertiginosamente sobre sus desvaríos. Kim Jong un es un joven que no parece medir al alcance de sus palabras. Ambos parecen medir sus fuerzas en un torneo locuaz de irresponsabilidades.

Pero la voz de la razón, aunque sea una sola, puede detener la guerra. No solamente el temor fundado a la destrucción. También el llamado a la sensatez, a encontrar el basamento que une a la humanidad a pesar de sus torpezas.