El atentado terrorista de ayer en Barcelona, que ha dejado por lo menos 13 personas muertas y 80 heridos, es la última cuenta de un rosario mortuorio en el que los terroristas ya no utilizan bombas para matar indiscriminadamente a la gente a su alrededor. Ahora utilizan vehículos. Es tal vez más fácil. No hay que preparar los explosivos. Ni trasportarlos con sumo cuidado. Simplemente hay que tener un vehículo, elegir alguna calle llena de peatones y embestir a la multitud atropellando a cualquiera que se tenga enfrente.
En el atentado de Barcelona queda claro, hasta ahora, que fue un atentado fraguado por el Estado Islámico, ejecutado por uno de sus seguidores, y añadido a la larga lista de atentados terroristas sin bombas. Desde el pasado 14 de julio de 2016, donde un camión arrolló a 85 personas en las celebraciones de la Toma de la Bastilla en la ciudad de Niza, Europa se ha convulsionado por una secuencia de matanzas perpetradas por vehículos contra peatones indefensos. Hasta la fecha van 8 atentados sobre ruedas. Se han llevado a cabo en las ciudades de Berlín, Londres, París, Berlín, Estocolmo y ahora Barcelona. La gran mayoría de ellos se han llevado a cabo en lugares emblemáticos y turísticos, como el Puente de Londres, la concurrida Calle de los Ingleses en Niza, la hermosa avenida de Campos Elíseos en París, Las Ramblas de Barcelona.
Parecen atentados de manual. Si no hay el tiempo ni la disposición suficientes para elaborar y hacer estallar bombas en lugares públicos muy concurridos -como la sala de conciertos El Bataclán en París o la Arena de Manchester-, hay que rentar o apoderarse de un vehículo para asesinar a toda velocidad a los peatones que se atraviesen en el camino. Eso lo dice el Estado Islámico. Pero el método ha sido utilizado también por los movimientos y las banderas contrarias. El pasado 19 de junio un hombre galés de 47 años, llamado Darren Osorne, embistió con su coche a un grupo de musulmanes que regresaban del rezo de medianoche del ramadán cerca de la mezquita de Finsbury Park, en el norte de Londres. Nueve personas resultaron heridas tras el atentado y un hombre murió en el acto. El imán de la mezquita evitó que la multitud enfurecida linchara al atacante. «Ya he hecho lo que tenía que hacer», declaró el chofer del vehículo tras perpetrar el ataque. Ojo por ojo, diente por diente.
Prevenir este tipo de terrorismo es muy difícil. Habría que desmontar las redes de seguidores del Estado Islámico en los países europeos o los que existen en Estados Unidos. Y para desmontar a esos seguidores, hambrientos de venganza cultural y religiosa, habrá que desmontar también los ataques y bombardeos de Estados Unidos y sus aliados sobre las naciones árabes. Habría que desmontar la historia.