El Estado no es cualquier Estado. Se trata del Estado Islámico. Ese es el fondo de serie de National Geographic, que corrió el riesgo de producir una miniserie televisiva sobre ese grupo terrorista que se ha convertido en el enemigo de todo el mundo. El director de la serie, Peter Kosminsky, es un creador inglés que hizo su carrera en la BBC, se rebeló contra los convencionalismos televisivos y, después de llevarse el premio BAFTA por No Child of Mine -sobre una niña que sufrió todo tipo de abusos sexuales en el interior de su familia- llegó a la conclusión de que era necesario mostrar el lado humano del Estado Islámico.
¿Y cuál es ese lado humano de un grupo que induce a sus fieles a convertirse en bombas que estallan matando gente en los conciertos, y que decapita a sus enemigos para difundir videos terroríficos en YouTube?
La serie narra el camino religioso de cuatro ciudadanos británicos que deciden irse a la ciudad de Raqa en Siria para incorporarse al Estado Islámico, y terminar como piezas de sacrificio en una evangelización a la inversa: aquí se trata de destruir a los enemigos, no convertirlos en feligreses. Un par de ellos son dos amigos que se solidarizan entre sí y acuden al llamado del califa, para ofrendar sus vidas en una misión superior a sí mismos; otra es una madre soltera que quiere ayudar al Estado Islámico con sus conocimientos de medicina; otro más es un joven que fue convencido de la doctrina más radical del Islam a través de los cursos y arengas en Internet.
En el camino, sembrado de orgías de sangre y muerte, los jóvenes reclutados por el grupo terrorista son asaltados por todo tipo de dudas sobre sus funciones en un contexto de fanatismo irracional y trágico, y mientras unos se decepcionan de la doctrina, otros se sienten impulsados con mayor fervor a luchar por ella.
La serie es un intento de comprender lo incomprensible más allá de las condenas al horror, siempre partiendo de la premisa de Terencio: «Nada de lo humano me es ajeno.»