Si uno juzga el año 2017 por las imágenes que captaron los principales fotógrafos de los medios, el año que acaba de despedirse del mundo estuvo para llorar.
Las fotografías de los principales diarios y agencias noticiosas son imágenes desgarradoras. Si tomamos un solo ejemplo, que son las 100 fotografías más importantes del año de la revista Time, lo que se observa en una secuencia de sangre, destrucción, dolor y muerte. Una parte muy importante de ella fueron las guerras en los países árabes y los ataques terroristas en diferentes partes del mundo. 2017 fue el año en el que el Estado Islámico y la oposición siria tuvieron que abandonar las ciudades que habían convertido en sus fortalezas: Mosul en Irak, Aleppo y Raqqa en Siria. Esas ciudades, como tales, ya no existen. Las fotografías son elocuentes: soldados que plantan sus banderas entre los escombros, edificios derruidos por los bombardeos, familias que huyen de la tragedia, niños llorando entre los vestigios de sus casas, ancianos que asisten al funeral de sus hogares. Y la contraparte es la respuesta explosiva del Estado Islámico tanto en países árabes como en naciones occidentales, aunada a la demencia armada incontrolable a lo largo y lo ancho de Estados Unidos. En los ataques terroristas el dolor y el reguero de sangre escurre entre los asistentes a conciertos musicales, iglesias, mercados, lugares turísticos y zonas peatonales.
Otra fuente de pesadumbre, en ocasiones ligada a lo anterior, son los prolongados calvarios que viven los migrantes y refugiados. Unos, como los de los mexicanos que emigran al país del norte en busca de recursos y mejores condiciones de vida. Otros, como las pesadillas de los refugiados árabes que tratan de cruzar el Mediterráneo, huyendo casi por instinto de la destrucción y de la muerte. Y a estas calamidades se les agregan las penas de los fugitivos de estrategias militares de limpieza étnica, como el pueblo Rohingya -los modernos apestados de la Tierra- que fue expulsado de Mianmar y encontró una escala obligada en Balgladesh.
Este cuadro escalofriante, semejante al del Guernica -con todas las atrocidades del año pasado- se completa con las víctimas de los desastres naturales. Huracanes como los que azotaron el Caribe y la Florida, terremotos como el de México, incendios como los de California, inundaciones como la de Houston. Generalmente, aunque se trate de desastres naturales, la mano del hombre se esconde detrás de las fuerzas que desencadena el cambio climático.
La única fotografía gozosa del conjunto, en un mar de calamidades, es la imagen de las aguas del mar de China lleno de vacacionistas. Ahí, las personas están tan unidas que no se puede ver el agua. Los que aparecen en la imagen disfrutan el momento. Pero los que vemos la fotografía nos sentimos asediados por los negros vaticinios de la sobrepoblación y el hacinamiento. En el fondo, nada que festejar.