El nombramiento de John Bolton como el nuevo Consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca es un dato alarmante. Bolton es un político que, más que hacer política, está a favor de la guerra para resolver los conflictos. Su argumento central es que Estados Unidos puede hacer lo que quiera para defender sus intereses, independientemente de los acuerdos internacionales que hayan sido firmados por administraciones anteriores.
Bolton ha trabajado desde hace 30 años para diferentes gobiernos republicanos, y siempre ha defendido las soluciones militares por encima de las negociaciones políticas. Eso lo hizo durante el fin del acuerdo armamentista con Corea del Norte en 1994, que había congelado el programa de producción de plutonio y llevó a la creación de armas nucleares por parte del país comunista. Todo ello condujo a Bolton a aconsejar a la administración de Washington un ataque relámpago a Corea del Norte para neutralizar su programa nuclear. Afortunadamente nadie le prestó oídos. Hasta ahora.
La misma medicina aconsejó en las pláticas con Irán en 2015, cuando Barack Obama llegó a un acuerdo con ese país para limitar su enriquecimiento de uranio. Bolton, desde fuera del gobierno, aconsejaba bombardear a Irán en lugar de negociar para llegar a acuerdos.
La llegada de Bolton al cargo más alto fuera del Pentágono y la CIA es un pronóstico de turbulencias. Y un contrasentido después de que Donald Trump haya anunciado que se reuniría con el hombre fuerte de Corea del Norte -Kim Jong-un- en un futuro cercano. Como ya es costumbre en el presidente de Estados Unidos, su comportamiento seguirá siendo impredecible.