Nikolas Cruz, el joven de 19 años que asesinó a mansalva a 17 de sus compañeros en la escuela de Parkland en Florida, está en la cárcel a la espera de su condena. Es probable que sea la pena de muerte. Pero no está solo. Hasta su celda ha llegado un torrente de cartas de diferentes lugares de Estados Unidos que le profesan su adhesión, simpatía y hasta deseo sexual. En esencia, son jóvenes hombres y mujeres que lo vieron en sus fotografías de Facebook, donde presumía las armas que había comprado. Especialmente el rifle AK-47, con la que masacró a los estudiantes el pasado 14 de febrero, Día del Amor.
El joven asesino compró sus armas -inclusive varios rifles de asalto- de manera legal, ya que como cliente tenía más de 18 años. No tenía antecedentes penales. Todo en orden. Pero ahora que su figura se ha vuelto famosa -tristemente famosa-, han salido a la luz algunos testimonios de compañeros que detectaron su conducta agresiva y sádica desde tiempo atrás. Un estudiante que trató de ser su amigo, lo molestaba constantemente afuera de sus clases, y que su conducta era más o menos la de un asesino solitario. Nadie lo denunciaba -ya tenía el hábito de comprar armas-, pero nadie se le acercaba.
La biografía de Nikolas Cruz es una historia de violencia y abandono. Fue un niño huérfano que no encontró ninguna orientación en la vida, y frente a ese vacío decidió darle sentido a su existencia terminando con la vida de los demás. De ahí su fascinación por las armas.
Si bien es cierto que la masacre que Nikolas Cruz llevó a cabo puede ser el detonante de un cambio en el mercado de armas mayor de la Tierra -la pasada marcha de los adolescentes el 24 de marzo exigiendo un mayor control armamentista para acabar con las matanzas es una prueba del repudio a la libre venta de rifles y pistolas-, también es cierto que existe una cultura de la devoción a las armas y a la muerte, que se extiende a lo largo y a lo ancho de todo el territorio.
Las cartas de amor de las adolescentes que le han llegado a Nikolas Cruz hablan del fervor que se profesa a un sujeto capaz de armarse y asesinar sin motivo alguno. Esto puede sonar al culto enfermo que las mujeres le rendían a Charles Manson -el asesino de Sharon Tate-, o a la atracción que existe hacia los héroes musculosos y bien armados que han inundado las pantallas desde las épocas bélicas de Silvester Stallone y Arnold Schwarzeneger. Pero ahora ese amor al odio puede ser más peligroso, porque también se difunde desde la Casa Blanca. Está en los discursos presidenciales cuando se aconseja a cualquier sujeto o entidad a armarse para defenderse del enemigo. Eso lo dijo Donald Trump cuando le aconsejó a Japón comprar armamento nuclear para repeler los ataques de Corea del Norte, o cuando invitó a los maestros de las escuelas a armarse para repeler a cualquier agresor. Desde su perspectiva, la muerte se combate matando a los agresores.