La orden de Donald Trump de enviar soldados a la frontera con México ha disparado una serie de reacciones que a la larga resultarán contraproducentes para la Casa Blanca. Al parecer, la orden es una respuesta ocurrente a la caravana de migrantes que se dirigen a Estados Unidos desde Centroamérica -fundamentalmente de Honduras- cruzando el territorio mexicano. Pero eso es solamente una conjetura. También puede ser una medida compensatoria al reiterado fracaso de construir un muro a lo largo de la frontera que sería pagado por México.
El prestigiado diario The New York Times -que no es amigo de Trump-, ha publicado un editorial demoledor de la iniciativa de militarizar la frontera. Afirma que es una medida «ridícula», que no tiene ningún sustento lógico. Es, simplemente, producto de la xenofobia del presidente.
Para empezar, no es cierto que el ingreso de migrantes de México a Estados Unidos haya aumentado considerablemente. Al contrario. La cantidad de personas detenidas en la frontera se desplomó de más de 1,6 millones en 2000 a 310 mil el año pasado, lo que representa el nivel más bajo desde 1971. Las causas principales de este desplome no son muy conocidas, pero las interpretaciones se inclinan por un menor crecimiento poblacional en México y una seguridad fronteriza fortalecida en Estados Unidos, que es el resultado de una mayor inversión en miles de guardias y patrullas fronterizas, barreras físicas y alta tecnología.
No es la primera vez que un presidente norteamericano refuerza la frontera con personal militar. Lo hicieron George Bush en 2006 a solicitud de los gobernadores de los estados fronterizos, y Barack Obama en 2010 para tratar de detener el tráfico de personas y armas. Ambos enviaron elementos de la Guardia Nacional.
Ahora Trump pretende enviar, según se estima, a los soldados del Pentágono acuartelados en algunos estados fronterizos, cuyo número puede ser de 2 a 4 mil elementos. No se sabe cómo serán dispuestos. Tampoco se sabe quién va a pagar la puesta en escena -si el Pentágono, el Congreso o los estados fronterizos-, y las tensiones en este sentido se multiplican a diario.
Con su movilización militar, Trump no ha logrado los apoyos que necesita. Al contrario. El presidente Peña Nieto lo puso en su lugar. Los mexicanos de fuera y dentro de Estados Unidos están indignados. El propio Pentágono no parece estar muy de acuerdo con una medida que lo distrae de sus actividades cotidianas en Siria, Afganistán e Irak. Los gobiernos fronterizos no lo aplauden. Nadie sabe cuáles fueron las razones de poner al ejército en la frontera como si hubiera estallado la guerra con México, y nadie cree que sea una buena medida.
Lo único que explicaría el desplante de Trump sería recurrir a la historia: al igual que las dinastías chinas, Trump tiene miedo de las hordas que amenazan al imperio desde el exterior. De ahí la necesidad de construir una muralla.