Se llaman Kim Jong-un y Moon Jae-in, y ambos representan el último reducto de la vieja guerra entre el capitalismo y el comunismo. Kim es el líder del Partido Comunista de Corea del Norte, una nación arrinconada por su propio hermetismo, constreñida a una vida de penurias para la población, replicante de los viejos cánones del comunismo y obligada a defenderse del repudio de todo el mundo por la secuencia irracional de sus pruebas nucleares. Moon, en cambio, es el nuevo presidente de Corea del Sur, una nación que ha prosperado enormemente desde que se impuso un sistema educativo extenso y profundo -cuenta en la actualidad con más de 200 universidades- y abrazó el libre mercado colocando a sus jóvenes en puestos claves dentro de las empresas. Norte y Sur: al revés de lo que sucede en el continente americano, la miseria se concentra en el Norte, y la opulencia en el Sur.
El encuentro y las sonrisas de Kim y Moon son una magnífica noticia para el mundo. Al parecer, se apagó una de las llamas más peligrosas en el contexto de una posible guerra nuclear. El año pasado, Kim Jong-un y Donald Trump protagonizaron un candente intercambio de insultos y bravuconadas sobre el poderío de sus arsenales atómicos, poniendo los pelos de punta en todos los demás países.
Pero eso se acabó. Este año los acercamientos entre las dos Coreas se iniciaron con los Juegos de Invierno en Pyeongchang, y han evolucionado hasta el punto en el que ambos líderes han declarado que «la guerra entre las dos naciones terminó». La desnuclearización de Corea del Norte está en marcha. Falta por ver cuál será el camino que elegirá el país para desarrollarse sin la carga de la economía de Estado propia del régimen comunista. Lo más probable es que adopte la receta china: un sistema político comunista con una economía capitalista integrada al resto del mundo.
Falta por ver, también, el encuentro de Kim Jong-un con Donald Trump. Esperemos que el tipo de personalidades -infantiles y bizarras- no acaben por descarrilar el proceso. Crucemos los dedos.