Para millones de personas en todo el mundo, el ascenso de Donald Trump a la presidencia del país más poderoso del mundo fue y ha sido una tragedia. Nuevamente, al igual que en Alemania y en Italia en la década de los años 30´s del siglo pasado, ha llegado al poder un hombre racista, xenófobo, autoritario hasta el extremo, despectivo hacia las mujeres, los discapacitados y los negros, fanático del poder de las armas y dueño de un carisma particular que atrae a los iletrados, los desempleados y los resentidos de todo tipo.
Su primer año en el poder ha sido una sinfonía de ataques a cientos de países, religiones, cadenas televisivas, actores y actrices de Hollywood, diarios de gran circulación, cantantes, periodistas y por supuesto a los mexicanos, los musulmanes y Barack Obama. También ha amenazado con lanzar bombas atómicas a Corea del Norte y ha atacado con misiles a Siria y Afganistán.
Ante una presidencia caótica que parece no tener un rumbo definido, muchos políticos en Estados Unidos se encuentran ya tejiendo los hilos que podrían llevar a la destitución de Trump. Entre ellos están varios temas que resultan anticonstitucionales, como las remesas que recibe del extranjero a través de sus propias empresas, la intervención de las redes del Kremlin en el proceso electoral que lo llevó a la Casa Blanca y la obstrucción de la justicia a través de varias medidas, como el despido de James Comey de la jefatura del FBI.
Sin embargo, como muchas veces sucede, ha surgido un caso bastante banal que está arrinconando a Trump contra las cuerdas del sistema político norteamericano. Se trata de una relación sexual que tuvo con una actriz porno llamada Stephanie Clifford en el año 2006, estando ya casado con Melanie Trump, la modelo de origen eslovenio que actualmente es la primera dama de la nación.
El respetable público de Estados Unidos, pero sobre todo ese sector que se ha evidenciado como amante de la carroña noticiosa, está monitoreando al detalle el asunto. Primero salió a la luz que Stephanie Clifford, una mujer conocida en el mundo porno como Stormy Daniels, tuvo relaciones sexuales con Trump en 2006; años después, ya en campaña presidencial, Michael Cohen -abogado personal de Trump-, le pagó a la actriz 130 mil dólares para que se callara al respecto; el Wall Street Journal publicó de inmediato que ese pago constituye «dinero sucio», y una organización de investigación lo calificó de ilegal, ya que ocurrió en pleno proceso electoral; en cuestión de días la mujer contó su historia a los medios, diciendo que fue amenazada si hablaba; Trump inicialmente negó todo, y después dijo que el abogado actuó para detener una noticia falsa sobre su relación con la actriz porno; finalmente, en días recientes, Rudolph Giulianni -el héroe del rescate a las víctimas de las Torres Gemelas, recién contratado por Trump como abogado- dijo a Fox News que el pago fue cierto.
Todo esto es una bola de nieve que corre hacia abajo impetuosamente, y que puede acabar con la presidencia de Trump. Vaya paradoja. Trump puede llegar al final de su presidencia no por ser un presidente racista y misógino capaz de desatar una tercera guerra mundial, sino por haber mentido en su relación con una actriz porno. Parece que ese detalle es más importante.