Desde que se crearon los automóviles, los peatones les han ido cediendo su lugar preponderante en las ciudades. Las grandes urbes, mientras más modernas son, más automóviles presumen en sus arterias. Los ejes viales, viaductos y freeways se han convertido en los ríos de la sangre de las metópolis, y muchas veces por el tráfico que van arrastrando se transforman en largos estacionamientos. Los autos se han convertido en los reyes de las ciudades, pero se mueven por sus dominios con grandes dificultades.
Hace unos meses, en la planificada ciudad de Barcelona, volvió a abrir sus puertas un establecimiento que representa la vieja organización de las villas antiguas, en la era previa a los automóviles y las gasolinas. Se trata del mercado de libros de Sant Antoni, ese edificio icónico enclavado entre los vetustos barrios de Poble Sec -donde llegó al mundo Joan Manuel Serrat-. el antiguo Arrabal y el Eixample, el distrito que alberga la Sagrada Familia de Gaudi, el tradicional y terrorífico paseo de la Rambla, y el trazo visionario que le dio origen a la ciudad en el siglo XIX.
La restauración del mercado implica una auténtica revolución vial. Si hasta hace unos días los coches transitaban libremente por las calles que lo rodean y se estacionaban en ellas, ahora lo tienen prohibido. En esos cinco mil metros cuadrados de espacio público los únicos protagonistas son los peatones, que se pasean entre los bancos que los invitan a la lectura, los niños que pedalean sus bicicletas, las terrazas animadas de los bares y los jardines.
La probeta urbana de Sant Antoni es el tercer experimento de este tipo. La tercera supermanzana de Barcelona. La pionera fue la del barrio de Gracia, instalada en 2006. La segunda fue la del Poblenou, terminada hace dos años. En esos sitios, ha disminuido exponencialmente la contaminación del aire, se han eliminado los ruidos, ha aumentado la seguridad de los peatones y se ha elevado la calidad de vida. Montada en esos ensayos, Barcelona tuvo una Mención en el Premio Europeo del Espacio Público Urbano de 2018.
El artífice de todo esto fue Idelfons Cerdá, un ingeniero con bigotes de cascada que tuvo -en 1865- la idea genial de crear una geometría estricta para Barcelona, con calles paralelas y perpendiculares articuladas con espacios verdes. El plano original contenía un mercado cada 900 metros, clínicas y escuelas cada tres cuadras, un matadero, un cementerio, un bosque y 31 iglesias. Tenía prevista la recolección y tratamiento de la basura, y la cantidad de luz que debería gozar cada habitante. Algo que los modernos diseñadores -cuando los hay- han olvidado por completo.