El fuego amigo, en el ajedrez de la política, se refiere a los ataques que recibe un candidato, un partido o un político cualquiera de una persona o grupo que forma parte de la misma organización o la misma causa. Fuego amigo es la crítica que se hace desde dentro, a menudo clandestinamente, y puede tener varias finalidades. Una de ellas, la más común, es la crítica que se realiza por envidia, celos profesionales, o bien con la estrategia de empañar la imagen del que se encuentra arriba para que el que se encuentra abajo pueda escalar apoyándose en los argumentos envueltos en la crítica.
Todo eso es común en las campañas políticas, pero también es una costumbre en las oficinas públicas y privadas. Y ahora, ante el asombro colérico de Donald Trump, también se ha incubado en el interior de la Casa Blanca.
El fuego amigo apareció en las páginas incendiadas del diario The New York Times, donde uno de los más altos funcionarios de la administración de Trump escribió una carta pública criticando agriamente la personalidad, la agenda y las inclinaciones del actual presidente de los Estados Unidos. Sus palabras fueron cáusticas. «La raíz del problema es la inmoralidad del presidente; cualquiera que haya trabajado con él sabe que no tiene principios.» A juicio del funcionario, Trump fue elegido como candidato republicano, pero carece de la afinidad del partido hacia los valores conservadores como la libertad de pensamiento, la libertad de mercado y la libertad individual de los ciudadanos. Sus impulsos son generalmente en contra del mercado y la democracia.
Según el redactor de la carta, la inconformidad es compartida por un grupo cercano a los devaneos de Trump. «Cambia de opinión de un minuto a otro», le dijo otro alto funcionario. La mayoría trata de aislar su trabajo diario de sus caprichos. «El liderazgo del presidente es impetuoso, combativo, frívolo e ineficaz», dice el crítico interno en su carta.
La respuesta de Trump fue la que se esperaba. Montado en el animal de su cólera, atacó al escritor anónimo y al diario que le publicó. Su secretaria de prensa, Sarah Sanders, declaró que «el cobarde debería renunciar.»
En el fondo, se trata de una guerra abierta entre la Casa Blanca y los medios, en especial The New York Times. ¿Quién lleva las de ganar? Desde un punto de vista institucional, el presidente tiene a su favor la fuerza del Estado y una parte todavía importante de la población. Pero la historia enseña -basta recordar Watergate- que la prensa puede ser una palanca fundamental para su destitución.
La moneda está en el aire.