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Los pobres sin derechos

En todo el mundo, más de 800 millones de personas aún viven con menos de 1,25 dólares al día y muchos carecen de acceso a alimentos, agua potable y saneamiento adecuados, según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

«En un mundo caracterizado por un nivel sin precedentes de desarrollo económico, medios tecnológicos y recursos financieros, es un escándalo moral que millones de personas vivan en la extrema pobreza», tal y como se asegura en el prefacio del texto sobre Los Principios Rectores sobre la Extrema Pobreza y los Derechos Humanos.

La pobreza no es solo una cuestión económica. Por ese motivo, debemos dejar de observarla exclusivamente como una falta de ingresos. Se trata de un fenómeno multidimensional que comprende, además, la falta de las capacidades básicas para vivir con dignidad. La pobreza es en sí misma un problema de derechos humanos urgente y es a la vez causa y consecuencia de violaciones de los derechos humanos, pues se caracteriza por vulneraciones múltiples y conectadas con los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, y las personas que viven en ella se ven expuestas regularmente a la denegación de su dignidad e igualdad. Reducir la pobreza y erradicarla es por tanto una obligación de todas las sociedades.

Este año, cuando celebramos el 70º aniversario de la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es importante recordar el vínculo fundamental entre la extrema pobreza y los derechos humanos, y el hecho de que las personas que viven en situación de pobreza se ven afectadas de forma desproporcionada por numerosas violaciones de los derechos humanos.

Joseph Wresinski fue una de las primeras personas que puso en evidencia el vínculo directo entre los derechos humanos y la extrema pobreza. En febrero de 1987, pidió a la Comisión de Derechos Humanos que examinase la cuestión de la extrema pobreza y de los derechos humanos y puso de manifiesto de forma magistral el vínculo entre ambos. “Allí donde hay hombres condenados a vivir en la miseria, los derechos humanos son violados. Unirse para hacerlos respetar es un deber sagrado”. Mediante estas palabras, Joseph Wresinski subrayó que, para poner fin a la extrema pobreza, se deben aplicar unas leyes nacionales e internacionales fuertes y ambiciosas que tengan en cuenta los derechos humanos, y subrayó la obligación moral de la sociedad y de su ciudadanía para garantizar y respetar los derechos humanos de las personas que viven en situación de pobreza. El hecho de reconocer la persistencia de la extrema pobreza en la sociedad como una violación de los derechos humanos genera un cambio de paradigma en el modo en que la sociedad entiende y trata la pobreza. De este modo, se centra la atención sobre la exclusión social dominante, la discriminación y las agresiones cotidianas contra la dignidad humana que acompañan a la pobreza y se subraya la necesidad de desmantelar los sistemas de discriminación que perpetúan los ciclos de pobreza en los diferentes contextos culturales. Esto nos obliga a mirar más allá del simple hecho de proporcionar un ingreso adecuado a las personas pobres y nos lleva a poner el acento en la dignidad, las capacidades, la elección, la seguridad y el poder que cada persona necesita para poder disfrutar de sus derechos fundamentales, tanto civiles, como culturales, económicos, políticos y sociales.

(Información de las Naciones Unidas, sobre el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza)

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