«Logré hacerme amigo de un pulpo», dice Craig Foster en su nuevo libro, escrito junto con Ross Frylinck, el fotógrafo con quien comparte la plataforma de investigación llamada Sea Change Project. El pulpo es una hembra, y después de acostumbrarse a ver a Craig nadando junto a ella diario, un día lo invitó a su casa.
La casa del pulpo es una pequeña cueva que cavó en el fondo del océano, no muy lejos de la playa en la bahía de Simon’s Town, al sur de Ciudad del Cabo, en la punta meridional de África. En ella el investigador pudo ver su guarida, sus hábitos alimenticios, sus restos de comida. «El pulpo se alimenta con más de 50 especies, y en su cueva se pueden encontrar los restos del último banquete: antenas de langosta, colas de pescados, caparazones de cangrejos.
Craig Foster se mueve en el mar como pez en el agua. No le teme a los tiburones. Tiene una temeridad que raya en la insensatez. Pero a Craig no le importa. Dice que el ser humano no forma parte del menú de los tiburones, y nada entre ellos como si fueran compañeros de viaje. «Si uno conserva la calma, el tiburón no lo molesta -afirma con convicción-; puede acercarse curiosamente, pero como platillo prefiere otros peces.»
En su nuevo libro, Craig revela lo que considera el profundo significado del mar. «Estar en las profundidades es la relajación máxima. La soledad no existe. Estoy rodeado de cardúmenes de colores, anémonas juguetonas, pulpos amigables, bosques que bailan a mi paso. Es un universo completamente diferente al de la tierra. Está lleno de música, luz, vida, movimiento. Estando en el mar reconozco que de ahí venimos todos.»
No cabe duda: Foster es un poeta. Y su poesía tiene el sabor de la sal marina.
(Información de la BBC)