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Canoa no se olvida

Era el año de 1968. A dos semanas de la matanza de Tlatelolco, el 14 de septiembre, un grupo de trabajadores de la Universidad de Puebla llegó a pasar la noche en la casa de un vecino de San Miguel Canoa -a unos kilómetros de la capital-, sin saber que el dueño de la casa había tenido problemas con el párroco del pueblo. Los trabajadores iban a escalar el cerro de La Malinche, y llevaban sus mochilas de campamento.

Pero el cura tomó venganza contra quien consideraba su enemigo. En la noche hizo sonar las campanas de la iglesia, levantó al pueblo en armas, y lo instigó para asesinar a los trabajadores. El linchamiento ocurrió en la madrugada. El pueblo creyó lo que dijo el cura, cuando alertaba que un grupo de comunistas iba a llegar a Canoa para izar en la torre de la iglesia la bandera roja y negra, que significaba la sangre y el pecado. El día que llegaron los excursionistas, los habitantes fueron armados con machetes, palos y antorchas, y lincharon a los jóvenes por comunistas.

La matanza quedó impune. Y el párroco siguió predicando en su iglesia.

Ahora, a medio siglo de distancia, la historia se repite. El 29 de agosto de este año, frente a la estación de policía del pueblo de Acatlán de Osorio -al sur del estado-, una turba se reunió para quemar en vida a Ricardo Flores, un joven estudiante de 21 años, y a su tío Alberto, un campesino de 46. Durante varios minutos -como se observa en un video-, los cuerpos mantuvieron activas las llamas. Después la muchedumbre se dispersó, y no hubo ningún detenido.

En Acatlán no hubo párroco instigador, pero unos vecinos atizaron el odio a través de los grupos de Whatsapp. En los mensajes se leía: «Todo mundo debe de estar alerta. Una plaga de secuestradores de niños ha entrado al pueblo. Roban a niños de cuatro, ocho y 14 años, les abren el estómago y les quitan los órganos. Sus abdómenes se encuentran abiertos y vacíos.»

Al igual que las mentiras del cura sobre los comunistas, las mentiras del Whatsapp convirtieron a los habitantes del pueblo en asesinos. Las personas calcinadas eran inocentes.

Esto puede, en el mejor de los casos, dejar una lección para la posteridad: el odio y el miedo, que son el combustible de las matanzas, resisten como pocas cosas el paso del tiempo. Otra: las multitudes de antaño y de ahora son crédulas sin el menor juicio crítico. Y la mecha de los crímenes pueden ser los gritos destemplados de un párroco, o los mensajes envenenados de Whatsapp.

 

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