El juicio de siglo es, sobre todo, un montaje. Cámaras y micrófonos sobre el narcotraficantes más buscado en los últimos años, Joaquín Guzmán Loaera, el célebre Chapo. Es la segunda parte de la serie llevada al escenario por el arrojo hollywoodense de los actores Kate del Castillo y Sean Penn. En esta secuencia aparecen revelaciones estrepitosas. Las luces se encienden y en los encabezados de los diarios de todo el mundo se lee: «El Chapo pagó sobornos a los presidentes Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón». Y la efervescencia de esa declaración inunda las salas de prensa de los diarios y los estudios de la radio y la televisión. ¿Alguien tiene algo de decir al respecto?
Lo más probable es que nada de todo eso trascienda, y que las declaraciones escandalosas se diluyan al comprobarse que el narcotráfico y la guerra contra las drogas no termina con la cárcel del Chapo.
Pero hay en el llamado juicio del siglo ciertos detalles que merecen ser tomados en cuenta por la sociología, la administración de empresas y el marketing. Y esos detalles fueron proporcionados por un pobre empleado al servicio del Chapo, un testigo protegido llamado Miguel Ángel Martínez. De acuerdo a sus declaraciones, el Chapo era un empresario ostentoso y derrochador, una especie de sultán con aspiraciones de rescatar el reino de Alibabá, o edificar los modernos rascacielos de Dubai. Al igual que los califas de los países árabes, el Chapo no se medía cuando se trataba de demostrar su fortuna. Tenía una mansión en la playa de Acapulco valuada en 10 millones de dólares, donde atracaba un yate de lujo llamado «El Chapito»; poseía varios ranchos en Guadalajara, con canchas de tenis y albercas salpicadas alrededor, coronadas por un zoológico donde sus invitados podían subirse a un tren y pasearse entre cocodrilos y panteras. Una especie de Disneyland para mayores de 21 años, y una amenaza para los rivales, que vivían con la certeza de que podían ser arrojados a las fauces de las fieras.
El Chapo es, nos guste o no nos guste, una muestra de una clase empresarial nacional en decadencia. La nueva clase empresarial en esta rama de la economía son los Zetas. Una organización diversificada, que se dedica a múltiples actividades delictivas -entre ellas el robo de petróleo y gasolina, la extorsión y el secuestro. Sus métodos siguen siendo el soborno a las autoridades y la difusión del temor y el horror como estrategia publicitaria, pero sus alianzas ahora son otras. Y muy poderosas. Entre ellas están las grandes firmas petroleras, las corporaciones bancarias y las vendedoras de armas.
Los Zetas ya no requieren hacer ostentación de su riqueza. Los tiempos han cambiado.