«Los migrantes son, por definición, la gente que viene de afuera. Son extranjeros, residen en otros países, tienen otras costumbres, comen otras comidas, pertenecen a otras culturas. No son como nosotros. Pero tenemos que tolerarlos, en el mejor de los casos, mientras dure su estancia en el país. En el peor, tenemos que acostumbrarnos a su presencia, porque su estancia va para largo.» Así reza el canon del nacionalismo retrógrado y la xenofobia.
En Dinamarca, un país idílico en el actual desconcierto mundial de las naciones, se está fraguando una salida inverosímil para algunos migrantes: se pretende enviarlos a una isla minúscula -de menos de 7 hectáreas-, y aislarlos definitivamente del resto del territorio. La isla se llama Lindholm, donde cabe aproximadamente un centenar de personas, aquéllos condenados por algún delito en sus países de origen y a quienes se les ha negado el asilo. «Nadie los quiere en Dinamarca, y así lo sentirán», declaró Inger Stojberg, una hermosa Ministra de Inmigración que no parece ser ninguna dama de hierro europea, pero que sin embargo lo es. Su rudeza no aparece en la fotografía.
Dinamarca está considerado el país menos corrupto del mundo. Un oasis de igualdad social, donde la población goza de educación y salud gratuitos, con una tasa de desempleo bajísima y muy elevados niveles de felicidad. Por eso la decisión de confinar a los migrantes a una isla donde todos deberán presentarse a diario en el centro de la isla, y estarán rodeados de un crematorio y un par de laboratorios para analizar las enfermedades contagiosas de los animales, resulta a todas luces incongruente con la política humanitaria de la nación.
El nombre del ferry que comunica a la isla con tierra firme es muy significativo: se llama Virus. Y llega poco a la isla.
Los cientos de migrantes indeseados que permanecen actualmente en Dinamarca se encuentran en dos centros de deportación, a pesar de las pésimas condiciones de vida. Un estudio independiente realizado por un antiguo director de prisiones que ahora trabaja con el grupo de derechos humanos reveló que las condiciones en uno de los centros de deportación eran comparables a las de algunas cárceles, o incluso peores. Algunos migrantes llevan ahí enclaustrados más de una década, y su permanencia es un desafío para el gobierno danés, que siendo de centro-derecha niega que en el país se pisoteen los derechos humanos.
Pero las señales de restricciones a los migrantes son evidentes. A la Ministra Stojberg le han tocado algunas tareas ingratas: ha prohibido el uso de la burka de los musulmanes, y los ha obligado a saludar de mano a las mujeres, algo prohibido por el Corán. Después de todo, los otros no pueden ser tan diferentes.